domingo, 29 de noviembre de 2015

sábado, 28 de noviembre de 2015

12 consejos para conseguir la PAZ

1. Santa María es —así la invoca la Iglesia— la Reina de la paz. Por eso, cuando se «Regina pacis, ora pro nobis!» —Reina de la paz, ¡ruega por nosotros! ¿Has probado, al menos, cuando pierdes la tranquilidad?... 
alborota tu alma, el ambiente familiar o el profesional, la convivencia en la sociedad o entre los pueblos, no ceses de aclamarla con ese título:
—Te sorprenderás de su inmediata eficacia. 
(San Josemaría. Surco, 874).

2. Fomenta, en tu alma y en tu corazón —en tu inteligencia y en tu querer—, el espíritu de confianza y de abandono en la amorosa Voluntad del Padre celestial... —De ahí nace la paz interior que ansías. (San Josemaría. Surco, 850) .

3. Un remedio contra esas inquietudes tuyas: tener paciencia, rectitud de intención, y mirar las cosas con perspectiva sobrenatural. (San Josemaría. Surco, 853).

4. Aleja enseguida de ti —¡si Dios está contigo!— el temor y la perturbación de espíritu...: evita de raíz esas reacciones, pues sólo sirven para multiplicar las tentaciones y acrecentar el peligro. (San Josemaría. Surco, 854).

5. Aunque todo se hunda y se acabe, aunque los acontecimientos sucedan al revés de lo previsto, con tremenda adversidad, nada se gana turbándose. Además, recuerda la oración confiada del profeta: “el Señor es nuestro Juez, el Señor es nuestro Legislador, el Señor es nuestro Rey; El es quien nos ha de salvar”. —Rézala devotamente, a diario, para acomodar tu conducta a los designios de la Providencia, que nos gobierna para nuestro bien. (San Josemaría. Surco, 855).

6. Si —por tener fija la mirada en Dios— sabes mantenerte sereno ante las preocupaciones, si aprendes a olvidar las pequeñeces, los rencores y las envidias, te ahorrarás la pérdida de muchas energías, que te hacen falta para trabajar con eficacia, en servicio de los hombres. (San Josemaría. Surco, 856).

7. Cuando te abandones de verdad en el Señor, aprenderás a contentarte con lo que venga, y a no perder la serenidad, si las tareas —a pesar de haber puesto todo tu empeño y los medios oportunos— no salen a tu gusto... Porque habrán “salido” como le conviene a Dios que salgan. (San Josemaría. Surco, 860).

8. Cuando se está a oscuras, cegada e inquieta el alma, hemos de acudir, como Bartimeo, a la Luz. Repite, grita, insiste con más fuerza, «Domine, ut videam!» —¡Señor, que vea!... Y se hará el día para tus ojos, y podrás gozar con la luminaria que Él te concederá. 
(San Josemaría. Surco, 862)

9. Lucha contra las asperezas de tu carácter, contra tus egoísmos, contra tu comodidad, contra tus antipatías... Además de que hemos de ser corredentores, el premio que recibirás —piénsalo bien— guardará relación directísima con la siembra que hayas hecho. (San Josemaría. Surco, 863).

10. Tarea del cristiano: ahogar el mal en abundancia de bien. No se trata de campañas negativas, ni de ser antinada. Al contrario: vivir de afirmación, llenos de optimismo, con juventud, alegría y paz; ver con comprensión a todos: a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen. —Pero comprensión no significa abstencionismo, ni indiferencia, sino actividad. Surco, 864).

11. Por caridad cristiana y por elegancia humana, debes esforzarte en no crear un abismo con nadie..., en dejar siempre una salida al prójimo, para que no se aleje aún más de la Verdad. (San Josemaría. Surco, 865)

12. Paradoja: desde que me decidí a seguir el consejo del Salmo: “arroja sobre el Señor tus preocupaciones, y Él te sostendrá”, cada día tengo menos preocupaciones en la cabeza... Y a la vez, con el trabajo oportuno, se resuelve todo, ¡con más claridad! 
(San Josemaría. Surco, 873).

viernes, 26 de junio de 2015

Surcos abrió el Amor


Trabajar por amor 

Artículo de Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei en El Mundo, con motivo del 40 aniversario de la marcha al Cielo de san Josemaría Escrivá de Balaguer


La nueva encíclica del Santo Padre Francisco enlaza con las páginas iniciales de la Sagrada Escritura: Dios formó al ser humano —hombre y mujer— y lo colocó en el jardín de Edén para que lo trabajara y lo guardara (Génesis 2, 15). Luego hizo desfilar a todos los animales y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba (Génesis 2, 19). Era un acto de amor por parte de Dios, un modo de expresar su confianza en cada ser humano, a quienes encomendaba la tarea de desarrollar las potencialidades que Él mismo había puesto en las criaturas.

Cada uno de nosotros es guardián y custodio de la creación. Como nos recuerda el Papa, Dios colocó al ser humano en ese jardín no sólo para cuidar lo existente, sino para que produzca frutos con su tarea de labranza, con su trabajo: “la intervención humana que procura el prudente desarrollo de lo creado –afirma Franciscoes la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades que él mismo colocó en las cosas” (Laudato si’, 124). 

San Josemaría
Si la humanidad se esfuerza en acoger el designio creador, cualquier tarea humana noble podrá convertirse en instrumento para el progreso del mundo y la dignificación de la persona.
La clave está en trabajar acabadamente bien, con el deseo de servir a los demás, por amor a Dios y al prójimo. Ciertamente intervienen otras motivaciones como la necesidad de mantenerse y mantener a la propia familia, el afán generoso de ayudar a personas necesitadas, el deseo de adquirir perfección humana en una actividad concreta, etc.; pero la llamada del Papa nos recuerda que la meta es aún más elevada: colaborar en cierto modo con Dios en la redención de la humanidad. 

Justamente ahora se celebra el 40 aniversario del fallecimiento de san Josemaría Escrivá de Balaguer, este santo sacerdote –fundador del Opus Dei– que proclamó al mundo entero el valor evangélico del trabajo realizado por amor. Soy testigo de cómo san Josemaría procuró vivir su predicación sobre el trabajo en primera persona, hasta el final de su caminar terreno.
El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio”, escribía en un volumen titulado Es Cristo que pasa. Por eso –añadía– “el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor. Reconocemos a Dios no sólo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas”.
El trabajo, según se oriente, tiene la capacidad de destruir o de conferir dignidad a las personas, de cuidar o desfigurar la naturaleza, de prestar u omitir el servicio debido a nuestro prójimo. 

Bien comprende el valor de dignificación del trabajo quien sufre el desempleo y experimenta la angustia de la falta de ingresos económicos. Por este motivo, las personas que padecen el desempleo son una intención constante en las oraciones y preocupaciones del cristiano. Como afirma el Papa, ayudar a los pobres o a los desempleados con dinero “debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias”. El gran objetivo, en cambio, “debería ser permitirles una vida digna a través del trabajo” (Laudato si, 128). Del mismo modo, la encíclica nos recuerda que “dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad” (id.).
Benedicto XVI definió al cristiano como “un corazón que ve”. En el trabajo, la eficacia económica será sin duda un criterio, pero no el único: el cristiano pone el corazón en su trabajo porque así lo hizo Cristo, y se empeña por hacer de esa dedicación un servicio a los otros, que es también alabanza al Creador. Sólo el trabajo entendido como servicio, el trabajo que pone en el centro al hombre, el trabajo que se realiza por amor a Dios, es capaz de abrir horizontes para la felicidad terrena y eterna de las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo. 

Javier Echevarría 
Prelado del Opus Dei

lunes, 22 de junio de 2015

El poder transformador de un matrimonio




Laura Busca Otaegui (Laurita) nació el 3 de noviembre de 1912 en Zumárraga (Gipuzkoa). Realizó sus estudios en Zumárraga, Vergara y Valladolid.

Se licenció en Farmacia en la Universidad Central de Madrid en 1935. Ese año conoció a Eduardo Ortiz de Landázuri, con quien contrajo matrimonio el 17 de junio de 1941 en el Santuario viejo de la Virgen de Arantzazu (Oñate). Tuvieron siete hijos.
Poseía un gran temperamento, y era una mujer magnánima y comprensiva. Gracias a la formación recibida y a su vida espiritual, supo responder al querer de Dios para buscar la santidad en sus quehaceres ordinarios.

Pidió la admisión en el Opus Dei el 8 de enero de 1953. Construyó con su marido, como aconsejaba San Josemaría Escrivá de Balaguer, un hogar luminoso y alegre. 

Su vida estuvo marcada por una extraordinaria generosidad en la entrega a su marido y a sus hijos, así como a otras muchas personas. Sustentó sus acciones en el amor a Dios y a los demás, que brotaba de una recia y honda piedad. 
 Desde los años cincuenta llevó con fortaleza una dolorosa enfermedad de espalda, sin perder la sonrisa. 

El 11 de diciembre de 1998 tuvo la alegría de asistir, en Pamplona, a la sesión de Apertura del Proceso diocesano sobre las virtudes de su marido Eduardo y, poco tiempo después, pudo testificar en el Proceso. 

Tras una dolorosa enfermedad llevada con extraordinaria fortaleza cristiana, falleció en Pamplona, con fama de santidad, el 11 de octubre de 2000. 


sábado, 6 de junio de 2015

Corpus Christi

(Fuente: aciprensa.com)

10 cosas que todo cristiano de saber en torno a la solemnidad del Corpus Christi

1. Jesús reunido con sus apóstoles en la última cena instituyó el sacramento de la Eucaristía: “Tomad y comed; esto es mi cuerpo…” (Mt, 26, 26-28). De esta manera hizo partícipes de su sacerdocio a los apóstoles y les mandó que hicieran lo mismo en memoria suya. 

2. La palabra Eucaristía, derivada del griego "eucharistía", significa "Acción de gracias" y se aplica a este sacramento porque nuestro Señor dio gracias a su Padre cuando la instituyó. Además, porque el Santo Sacrificio de la Misa es el mejor medio de dar gracias a Dios por sus beneficios. 

3. El Concilio de Trento (siglo XVI) define claramente: "En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad. En realidad Cristo íntegramente"

4. En la Santa Misa, los obispos y sacerdotes convierten realmente el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo durante la consagración. 

5. La Comunión es recibir a Jesucristo sacramentado en la Eucaristía. La Iglesia manda comulgar al menos una vez al año, en estado de gracia, y recomienda la comunión frecuente. 
Es muy importante recibir la Primera Comunión cuando se llega al uso de razón, con la debida preparación. 




6. El ayuno eucarístico consiste en abstenerse de tomar cualquier alimento o bebida, al menos desde una hora antes de la Sagrada Comunión, a excepción del agua y de las medicinas. Los enfermos y sus asistentes pueden comulgar aunque hayan tomado algo en la hora inmediatamente anterior. 

 7. El que comulga en pecado mortal comete un grave pecado llamado sacrilegio. El que desea comulgar y se encuentra en pecado mortal no puede recibir la Comunión sin haber acudido antes al sacramento de la Penitencia, pues para comulgar no basta el acto de contrición. 

8. Frecuentar la Santa Misa es un acto de amor a Dios que debe brotar naturalmente de cada cristiano. Es también obligación grave asistir los domingos y feriados religiosos de precepto, a menos que se esté impedido por una causa grave. 

9.- La Eucaristía en el Sagrario es un signo por el cual Nuestro Señor está constantemente presente en medio de su pueblo y es alimento espiritual para enfermos y moribundos. Se le debe agradecimiento, adoración y devoción a la real presencia de Cristo reservado en el Santísimo Sacramento

10. En el Vaticano, el Corpus Christi se celebra el jueves después de la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Mientras que en varias diócesis se festeja el domingo posterior a la Santísima Trinidad


martes, 31 de marzo de 2015

¿Qué hizo Jesús en la Semana Santa?

Una sencilla reconstrucción a partir de los textos permite hacer una “cronología”. De este modo, podemos revivir con Él esas últimas jornadas. (Fuente: www.arguments.es).

    El domingo, Jesús entró solemnemente a Jerusalén sobre un borrico (Mc 11,1-10), y fue recibido con entusiasmo por el pueblo, testigo de tantos milagros como Él había obrado en su favor. Esto encendió la ira de los escribas y fariseos contra Jesús (Mt 21,1-16). 
Pasó Jesús todo el domingo en la ciudad y, al atardecer, se fue a Betania, como a tres kilómetros de distancia. Cenó con Simón el leproso (Jn 12, 1-11) y María le ungió con perfume de nardo; por su parte, Judas fue a hablar con el Sanedrín para ponerse de acuerdo y entregarle. 

    El lunes fue otra vez Jesús a Jerusalén, maldijo la higuera que no daba frutos y arrojó del templo a los que lo profanaban con sus compras, ventas y cambios de moneda (Mc 11,12). También mantuvo diatribas con los escribas y fariseos (Mc 11, 27-33) y enseñó al pueblo con parábolas y otras enseñanzas (Mc 12, 1-40). Allí se cruzó con la viuda pobre que echó todo lo que tenía en el gazofilacio (Mc 12, 41-44). Al salir del templo anunció la caída de Jerusalén (Mc 13,1ss.). Por la tarde volvió a Betania.
     El martes regresó de nuevo a Jerusalén y trabajó intensamente durante todo el día, enseñando su doctrina y sosteniendo fuerte disputas con fariseos escribas y herodianos (Lc 19,47-48). Ese día por la tarde, los pontífices tomaron la determinación de prenderle y darle muerte. A la mañana siguiente, muy temprano, todo el pueblo acudió a escucharle en el templo. Pasó aquella noche en el Monte de los Olivos (Lc 21,37-38). 

Carl Heinrich Bloch: La negación de Pedro.

      El jueves por la mañana Jesús envió a Pedro y a Juan a preparar la cena de Pascua (Lc 22,8-13). Por la tarde se reunió con sus discípulos para celebrar la Pascua en una cena especial (Jn 13,1-17,26) en la que lavó los pies a sus discípulos dándoles ejemplo de humildad y amor, instituyó el Sacerdocio con las palabras “Haced esto en memoria mía” al convertir el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, momento en el que también instituye la Eucaristía para así quedarse con nosotros para siempre. Después se fue a orar a un huerto, a Getsemaní (Mt 26,36-46).
Muy avanzada la noche, Judas consuma su traición y los judíos lo prendieron (Jn 18,2-12). Primero tuvo lugar el interrogatorio ante los príncipes de los sacerdotes (Jn 18,13-27). Pedro le niega tres veces (Lc 22,54-62). 

    El viernes fue interrogado por Herodes (Lc 23,6-12) y Pilato (Mt 27,11-31), luego azotado, coronado de espinas, condenado a muerte y crucificado, murió a las tres de la tarde y llevado al sepulcro antes de ponerse el sol. 

Miguel Cabrera: Jesús ante Herodes.

De todos los textos de los evangelios sinópticos el relato de la Pasión es, muy probablemente, de los más antiguos: la comunidad cristiana se ocupó de recoger, al principio de palabra y más tarde por escrito los últimos momentos de Jesús
Como complemento de tales relatos el evangelio de Juan (Jn 18,1-19,37) aporta algunos detalles de los que fue testigo: el diálogo al pie de la cruz donde nos entregó su Madre a san Juan, la lanzada… 

Los evangelios han dejado el relato abruptamente: han colocado la piedra del sepulcro ante la mirada de las santas mujeres (Mc 15,46-47); el cuerpo de Jesús yace en el sepulcro (Jn 19,42), custodiado por los guardias (Mt 27,65); todos, por ser sábado, van a descansar. 


Rubens: La lanzada.

     El sábado por la tarde compraron aromas y ungüentos con los que embalsamar su cuerpo el domingo por la mañana (Lc 23,56-24,1-8). 

     En la mañana del domingo el sepulcro está vacío porque Cristo ha resucitado. Sólo quedaban los lienzos mortuorios con una disposición peculiar (Jn 20,4-9).  

Tiziano: Entierro de Cristo.

Mateo es el único evangelista que refiere un episodio singular: muchos cuerpos de los santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de los sepulcros, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos (Mt 27, 52-53).

lunes, 16 de febrero de 2015

Mensaje del Papa para la Cuaresma

Mensaje del Papa Francisco
para la Cuaresma 2015: 

Fortalezcan sus corazones (St 5,8).

Queridos hermanos y hermanas:

 La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2).  

Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque Él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede.
Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.

Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente.

Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este mensaje es el de la globalización de la indiferencia.
La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6).

Byam Shaw: El Confortador, 1897.

Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida. El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo.

Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26). La Iglesia.

La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado.

Ford Madox Brown
El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres.
Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.

La Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En Él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones.
Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos.
Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

 2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). Las parroquias y las comunidades.

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).

Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones. En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia.

La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos.  

Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta 254,14 julio 1897).
También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.

Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres. Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar.

La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

 3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8). La persona creyente.

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?

En primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y
Grenville Manton (1855-1932): Jesús, mi Señor, mi Dios
celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas.
La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.

En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia.
La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.

Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31).
Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios.
Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro. Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.

Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí.

Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.

Vaticano, 4 de octubre de 2014 Fiesta de san Francisco de Así.

domingo, 8 de febrero de 2015

Los siete domingos de san José

De la mano de san José iremos contemplando los dolores: aquellos momentos en los que tuvo que pasar las pruebas que el Señor le tenía preparadas, los momentos que se entregó de forma plena al querer de Dios, aun sin comprender del todo lo que tenía guardado para él. 

También iremos meditando los gozos de san José: la alegría y la felicidad de compartir su vida junto a su esposa, la Santísima Virgen y el Niño. El gozo de saberse en las manos de un Dios que le había escogido para tan gran tarea. 

Los cristianos siempre han visto en san José un ejemplo de entrega y de fe en Dios y podemos considerarlo maestro de oración. Fue él, después de la Virgen, quien más de cerca trató al Niño Dios, quien tuvo con él el trato más amable y sencillo.

Antífona (para todos los días): 

¡Oh feliz Varón, bienaventurado José! 
A quien le fue concedido no sólo ver y oir al Hijo de Dios, 
a quien muchos quisieron ver y no vieron , oir y no oyeron, 
sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo. 

V: Ruega por nosotros, bienaventurado San José. 
R: Para que seamos dignos de alcanzar las promesas 
de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Rose Datoc Dall: José y Jesús.

PRIMER DOMINGO 

Oh castísimo esposo de María, glorioso San José: qué aflicción y angustia la de tu corazón en la perplejidad en que estabas, sin saber si debías abandonar o no a tu esposa sin mancilla. Pero cuál no fue también tu alegría, cuando el ángel reveló el gran misterio de la Encarnación.

Por ese dolor y gozo, te pido que consueles nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte, semejante a la tuya, asistidos de Jesús y de María.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Desposorios de María y José

SEGUNDO DOMINGO 

Oh bienaventurado patriarca glorioso San José, escogido para ser padre adoptivo del Hijo de Dios hecho hombre: el dolor que sentiste, viendo nacer al Niño Jesús en tan gran pobreza, se cambió en alegría al oír el armonioso concierto de los ángeles, y al contemplar las maravillas de aquella noche tan resplandeciente.
Por este dolor y por este gozo, alcánzanos que después del camino de esta vida vayamos a escuchar las alabanzas de los ángeles, y a gozar de los resplandores de la gloria celestial. 
Padrenuestro, Avemaría y Gloria. 

Anton Raphael Mengs: El sueño de José.

TERCER DOMINGO 

Oh ejecutor obedientísimo de las leyes divinas, glorioso San José: la sangre preciosísima que el redentor derramó en su circuncisión te traspasó el corazón, pero el nombre de Jesús, que entonces se le impuso, te confortó, llenándote de alegría.

Por este dolor y por este gozo, alcánzanos vivir alejados de todo pecado, a fin de expirar gozosos con el santísimo nombre de Jesús en el corazón y en los labios.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

CUARTO DOMINGO 

Presentación de Jesús en el Templo
Oh santo fidelísimo san José, que tuviste parte en los misterios de nuestra redención; a pesar de que la profecía de Simeón acerca de los sufrimientos que debían pasar Jesús y María, te causó dolor, sin embargo, te llenó también de alegría, anunciándote al mismo tiempo la salvación y resurrección gloriosa, para la salvación de las almas.

Por ese dolor y por ese gozo, consíguenos estar entre los que por los méritos de Jesús y por la intercesión de la bienaventurada Virgen María han de resucitar gloriosamente. 
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


QUINTO DOMINGO

Oh custodio vigilante, familiar íntimo del Hijo de Dios hecho hombre, glorioso San José: cuánto sufriste teniendo que alimentar y servir al Hijo del Altísimo, particularmente en vuestra huída a Egipto, pero cuán grande fue también tu alegría teniendo siempre contigo al mismo Dios, y viendo derribados los ídolos de Egipto.
Por este dolor y por este gozo, alcánzanos alejar para siempre de nosotros al demonio, sobre todo huyendo de las ocasiones peligrosas, y derribar de nuestro corazón todo ídolo de afecto terreno, para que, ocupados en servir a Jesús y María, vivamos tan sólo para ellos, y muramos gozosos en su amor. 
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Edwin Long: Huida a Egipto.

SEXTO DOMINGO

Oh ángel de la tierra, glorioso San José, que pudiste admirar al Rey de los Cielos, sometido a tu más mínimos mandatos; aunque la alegría al traerle de Egipto se turbó por temor de Arquelao, sin embargo, tranquilizado luego por el ángel viviste dichoso en Nazaret con Jesús y María
Por este dolor y por este gozo, alcánzanos la gracia de desterrar de nuestro corazón todo temor nocivo; de poseer la paz de la conciencia, de vivir seguros con Jesús y María, y de morir también asistidos de ellos. 
Padrenuestro, Avemaría y Gloria. 

Lucio Massari: Sagrada Familia, 1675.

SÉPTIMO DOMINGO 

Oh modelo de toda santidad, glorioso San José, que, habiendo perdido sin culpa vuestra al Niño Jesús, le buscaste durante tres días con profundo dolor, hasta que lleno de gozo le encontraste en el Templo, en medio de los doctores.
Por este dolor y gozo tesuplicamosque intercedas en nuestro favor, para que jamás perdamos a Jesús por algún pecado grave. Mas si por desgracia le perdiéramos, haz que le busquemos con tal dolor, que no nos deje reposar hasta encontrarle favorable, sobretodo en nuestra muerte, a fin de ir a gozarle en el cielo y cantar eternamente contigo sus divinas misericordias. 
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

José Risueño: San José y el Niño. Iglesia del Carmen de Antequera, (Málaga).
FINAL (para todos los días):

Acuérdate, oh purísimo Esposo de María, oh dulce protector mío, San José, que jamás se oyó decir que haya dejado de ser consolado uno solo de cuantos han acudido a tu protección e implorado tu auxilio.
Con esta confianza vengo a tu presencia y me encomiendo a ti fervorosamente, oh padre nutricio del Redentor. No deseches mis súplicas, antes bien, escúchalas piadosamente. Amén. 

Oración: Oh Dios, que por providencia inefable te dignaste escoger al bienaventurado José para esposo de vuestra Santísima Madre: te suplicamos nos concedas la gracia de que, venerándole en la tierra como a nuestro protector, merezcamos tenerle por intercesor en el cielo. Amén. 

(Fuente: primeroscristianos.com)

jueves, 22 de enero de 2015

Por la Unidad

Son muchos los cristianos en Siria, Irak y Nigeria que están siendo brutalmente perseguidos por sus creencias.
Queremos que sientan que les acompañamos con la oración. El domingo 25 de enero (día de la Conversión de San Pablo y día de la Unidad de los Cristianos) saca tu vela a la ventana a las 21:00 y reza por ellos.
No les dejemos solos.

sábado, 17 de enero de 2015

Soñados por José

El 16 de enero, se celebraba el encuentro del Papa Francisco con las familias en Manila. El santo Padre ha habló de la figura de san José como patrono de la familia, e hizo referencia a esta imagen de san José durmiendo que tiene sobre su escritorio. Contó que cuando un asunto le preocupa, lo escribe en un papel y lo coloca bajo san José, "para que sueñe con ello".


Pero como el discurso no tuvo desperdicio, aquí se puede ver y escuchar completo: