lunes, 4 de junio de 2012

De lo que tú hagas...

"De que tú y yo nos portemos como Dios quiere —no lo olvides— dependen muchas cosas grandes."


Rebosaban las pencas de lechuga sobre la cesta de la compra y debía pesar mucho, pues la señora la apoyó con cansancio en el banco, antes de hacer una genuflexión y de sentarse muy brevemente. Salió por la puerta por la que había entrado, a los pocos minutos, de nuevo cargada con la cesta, pero como aligerada, sonriendo.

Edith Stein
Dentro de la catedral, Edith Stein observó a esta mujer y se conmovió. Aún faltaban años para su conversión al catolicismo; Stein estaba en una fase de agnosticismo, pero aquella mujer con la cesta de la compra la conmovió. Fue un tímido primer paso. Por supuesto, aquella mujer de la cesta nunca se enteró de lo que su corta visita a la catedral supuso para aquella joven filósofa y futura santa.

Supuso un asombro espiritual, porque aquella señora que venía del mercado cansada no iba a un oficio litúrgico determinado, como es habitual entre los protestantes y los judíos, sino que entró en la catedral un ratito, como de paso, como quien visita a un amigo. A un amigo del alma.

Esta anécdota de la vida de Stein resulta aleccionadora y emocionante, porque muestra la concatenación silenciosa, misteriosa y aleatoria de efectos involuntarios que nuestros actos -todos y cada uno de nuestros actos- provocan en quienes los presencian.

Esta es la gran responsabilidad cristiana de vivir en sociedad: ser edificante.
Una visitita corta a la iglesia, al salir del mercado, se puede vincular con un primer paso de una gran conversión, gracias al testimonio de quien lo vivió en primera persona. Aquella señora de la cesta rebosante edificó a una filósofa agnóstica. Pero hay miles de edificaciones silenciosas y diarias que nos ofrecemos mutuamente.

A diario, por la calle, en el Metro, en la escuela, en el trabajo, en el mercado, soy testigo de buenas acciones hechas por personas desconocidas que me enseñan, enternecen o asombran. Doy las gracias mentalmente a un montón de personas que son como el cauce social de la comunión de los santos, como la realización cotidiana de la petición del Padrenuestro: «Venga a nosotros tu Reino», que son cabal y ejemplarmente cristianas.

Esta tarea edificante -en su acepción figurada, infundir en otros sentimientos de piedad o virtud- es urgente recuperarla y promoverla entre los cristianos, como fórmula cercana, asequible, fácil, útil, de contrarrestar el escándalo diario que agita y distorsiona nuestra vida social en Occidente.

¿Pero cómo puedo yo edificar el Reino? ¿Pero cómo puedo yo, con mi vida tan sencilla y rutinaria, edificar a nadie? Y claro, la respuesta es que no somos nosotros, es Dios el único capaz de edificar, es el gran Arquitecto. Nosotros, hoy, en este momento preciso de la Historia, somos sus pies y sus manos, nosotros tan sólo acarreamos la cesta de la compra.

(Fuente: Leticia Escardó en www.alfayomega.es)

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