viernes, 26 de junio de 2015

Surcos abrió el Amor


Trabajar por amor 

Artículo de Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei en El Mundo, con motivo del 40 aniversario de la marcha al Cielo de san Josemaría Escrivá de Balaguer


La nueva encíclica del Santo Padre Francisco enlaza con las páginas iniciales de la Sagrada Escritura: Dios formó al ser humano —hombre y mujer— y lo colocó en el jardín de Edén para que lo trabajara y lo guardara (Génesis 2, 15). Luego hizo desfilar a todos los animales y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba (Génesis 2, 19). Era un acto de amor por parte de Dios, un modo de expresar su confianza en cada ser humano, a quienes encomendaba la tarea de desarrollar las potencialidades que Él mismo había puesto en las criaturas.

Cada uno de nosotros es guardián y custodio de la creación. Como nos recuerda el Papa, Dios colocó al ser humano en ese jardín no sólo para cuidar lo existente, sino para que produzca frutos con su tarea de labranza, con su trabajo: “la intervención humana que procura el prudente desarrollo de lo creado –afirma Franciscoes la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades que él mismo colocó en las cosas” (Laudato si’, 124). 

San Josemaría
Si la humanidad se esfuerza en acoger el designio creador, cualquier tarea humana noble podrá convertirse en instrumento para el progreso del mundo y la dignificación de la persona.
La clave está en trabajar acabadamente bien, con el deseo de servir a los demás, por amor a Dios y al prójimo. Ciertamente intervienen otras motivaciones como la necesidad de mantenerse y mantener a la propia familia, el afán generoso de ayudar a personas necesitadas, el deseo de adquirir perfección humana en una actividad concreta, etc.; pero la llamada del Papa nos recuerda que la meta es aún más elevada: colaborar en cierto modo con Dios en la redención de la humanidad. 

Justamente ahora se celebra el 40 aniversario del fallecimiento de san Josemaría Escrivá de Balaguer, este santo sacerdote –fundador del Opus Dei– que proclamó al mundo entero el valor evangélico del trabajo realizado por amor. Soy testigo de cómo san Josemaría procuró vivir su predicación sobre el trabajo en primera persona, hasta el final de su caminar terreno.
El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio”, escribía en un volumen titulado Es Cristo que pasa. Por eso –añadía– “el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor. Reconocemos a Dios no sólo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas”.
El trabajo, según se oriente, tiene la capacidad de destruir o de conferir dignidad a las personas, de cuidar o desfigurar la naturaleza, de prestar u omitir el servicio debido a nuestro prójimo. 

Bien comprende el valor de dignificación del trabajo quien sufre el desempleo y experimenta la angustia de la falta de ingresos económicos. Por este motivo, las personas que padecen el desempleo son una intención constante en las oraciones y preocupaciones del cristiano. Como afirma el Papa, ayudar a los pobres o a los desempleados con dinero “debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias”. El gran objetivo, en cambio, “debería ser permitirles una vida digna a través del trabajo” (Laudato si, 128). Del mismo modo, la encíclica nos recuerda que “dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad” (id.).
Benedicto XVI definió al cristiano como “un corazón que ve”. En el trabajo, la eficacia económica será sin duda un criterio, pero no el único: el cristiano pone el corazón en su trabajo porque así lo hizo Cristo, y se empeña por hacer de esa dedicación un servicio a los otros, que es también alabanza al Creador. Sólo el trabajo entendido como servicio, el trabajo que pone en el centro al hombre, el trabajo que se realiza por amor a Dios, es capaz de abrir horizontes para la felicidad terrena y eterna de las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo. 

Javier Echevarría 
Prelado del Opus Dei

lunes, 22 de junio de 2015

El poder transformador de un matrimonio




Laura Busca Otaegui (Laurita) nació el 3 de noviembre de 1912 en Zumárraga (Gipuzkoa). Realizó sus estudios en Zumárraga, Vergara y Valladolid.

Se licenció en Farmacia en la Universidad Central de Madrid en 1935. Ese año conoció a Eduardo Ortiz de Landázuri, con quien contrajo matrimonio el 17 de junio de 1941 en el Santuario viejo de la Virgen de Arantzazu (Oñate). Tuvieron siete hijos.
Poseía un gran temperamento, y era una mujer magnánima y comprensiva. Gracias a la formación recibida y a su vida espiritual, supo responder al querer de Dios para buscar la santidad en sus quehaceres ordinarios.

Pidió la admisión en el Opus Dei el 8 de enero de 1953. Construyó con su marido, como aconsejaba San Josemaría Escrivá de Balaguer, un hogar luminoso y alegre. 

Su vida estuvo marcada por una extraordinaria generosidad en la entrega a su marido y a sus hijos, así como a otras muchas personas. Sustentó sus acciones en el amor a Dios y a los demás, que brotaba de una recia y honda piedad. 
 Desde los años cincuenta llevó con fortaleza una dolorosa enfermedad de espalda, sin perder la sonrisa. 

El 11 de diciembre de 1998 tuvo la alegría de asistir, en Pamplona, a la sesión de Apertura del Proceso diocesano sobre las virtudes de su marido Eduardo y, poco tiempo después, pudo testificar en el Proceso. 

Tras una dolorosa enfermedad llevada con extraordinaria fortaleza cristiana, falleció en Pamplona, con fama de santidad, el 11 de octubre de 2000. 


sábado, 6 de junio de 2015

Corpus Christi

(Fuente: aciprensa.com)

10 cosas que todo cristiano de saber en torno a la solemnidad del Corpus Christi

1. Jesús reunido con sus apóstoles en la última cena instituyó el sacramento de la Eucaristía: “Tomad y comed; esto es mi cuerpo…” (Mt, 26, 26-28). De esta manera hizo partícipes de su sacerdocio a los apóstoles y les mandó que hicieran lo mismo en memoria suya. 

2. La palabra Eucaristía, derivada del griego "eucharistía", significa "Acción de gracias" y se aplica a este sacramento porque nuestro Señor dio gracias a su Padre cuando la instituyó. Además, porque el Santo Sacrificio de la Misa es el mejor medio de dar gracias a Dios por sus beneficios. 

3. El Concilio de Trento (siglo XVI) define claramente: "En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo, juntamente con su Alma y Divinidad. En realidad Cristo íntegramente"

4. En la Santa Misa, los obispos y sacerdotes convierten realmente el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo durante la consagración. 

5. La Comunión es recibir a Jesucristo sacramentado en la Eucaristía. La Iglesia manda comulgar al menos una vez al año, en estado de gracia, y recomienda la comunión frecuente. 
Es muy importante recibir la Primera Comunión cuando se llega al uso de razón, con la debida preparación. 




6. El ayuno eucarístico consiste en abstenerse de tomar cualquier alimento o bebida, al menos desde una hora antes de la Sagrada Comunión, a excepción del agua y de las medicinas. Los enfermos y sus asistentes pueden comulgar aunque hayan tomado algo en la hora inmediatamente anterior. 

 7. El que comulga en pecado mortal comete un grave pecado llamado sacrilegio. El que desea comulgar y se encuentra en pecado mortal no puede recibir la Comunión sin haber acudido antes al sacramento de la Penitencia, pues para comulgar no basta el acto de contrición. 

8. Frecuentar la Santa Misa es un acto de amor a Dios que debe brotar naturalmente de cada cristiano. Es también obligación grave asistir los domingos y feriados religiosos de precepto, a menos que se esté impedido por una causa grave. 

9.- La Eucaristía en el Sagrario es un signo por el cual Nuestro Señor está constantemente presente en medio de su pueblo y es alimento espiritual para enfermos y moribundos. Se le debe agradecimiento, adoración y devoción a la real presencia de Cristo reservado en el Santísimo Sacramento

10. En el Vaticano, el Corpus Christi se celebra el jueves después de la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Mientras que en varias diócesis se festeja el domingo posterior a la Santísima Trinidad