miércoles, 31 de diciembre de 2014

Al Niño Dios

Joseph Brickey: Dear of the heart of the shepherd.

El alba tomó cuerpo en tu figura,
el aire se hizo carne, los rosales
desangraron sus rosas virginales
para crear tu piel silente y pura.

Desparramó la brisa su ternura,
la luz cuajó en tu forma sus cristales,
la luna derramó sus manantiales
para crear en Ti nuestra ventura.

Stefano Magnasco

Divinidad que, tan pequeña y suave,
se hace niña en tu carne redentora
en lo infinito ni siquiera cabe.

En Ti la eternidad tiene su aurora, 
en Ti nada se halla que se acabe, 
oh alba de Dios que entre la paja llora. 

(Rafael Morales, 1919-2005)

Carlo Maratti: Niño Jesús.

domingo, 14 de diciembre de 2014

sábado, 8 de noviembre de 2014

"Soñad, y os quedaréis cortos"

Porque el mundo es muy pequeño, si es grande el corazón. 

Una misa en la catedral de Moscú, una tertulia en la capital rusa y una visita al santuario de la Virgen de Kazán son algunos de los momentos de la visita pastoral del Prelado del Opus Dei a Rusia.




Mons. Javier Echevarría ha celebrado un encuentro con moscovitas que participan en los medios de formación del Opus Dei. El Prelado inició el encuentro señalando que "la vida cristiana debe ser alegre, debe ser un ofrecimiento de amor a los que sufren

Comentó la parábola evangélica de los invitados a la boda que se había leído en la celebración eucarística de ese día: "Somos invitados por Jesucristo a la amistad y comunión con Él. El mensaje del Evangelio no es algo viejo y pasado de moda: es nuevo, Cristo está vivo y nos acompañará hasta el final de los tiempos. Yo soy el primero en pedirle ayuda. Desde que he pisado el suelo de Moscú, le he suplicado que llene las calles de la ciudad con sus bendiciones".

Una señora, madre de cuatro hijos, le preguntó cómo podía explicar a su familia "el valor de la Eucaristía, el hecho de que vale la pena dedicar media hora a la misa y dos horas de trafico con un niño pequeño".

La Eucaristía -respondió Mons. Echevarría- es la comida del alma. Sin Jesús, no podemos vivir una vida plena. Como una madre da de comer a su hijo, así Dios nos alimenta con su amor. Es verdad que a veces asistir a misa exige recorrer un largo camino, pero ¿acaso los enamorados ven un obstáculo en la distancia que les separa? La misa te ayudará a querer más a tu marido y a tus hijos".

Otra persona le pidió si podía explicar cual era el mensaje del Opus Dei. El Prelado explicó que se trata de vivir felices en la tierra, pero pensando en el Cielo. Para eso es necesario trabajar bien, para poder ofrecer ese empeño a Dios: "San Josemaría aconsejaba ponerse en la mesa de trabajo un crucifijo y, al lado, una foto de la propia familia. El Opus Dei ayuda a simplificar la vida de todos los días: en el trabajo y en la familia se encuentran ocasiones para amar a todos, independientemente de su religión".

¿Qué supone ser el sucesor de dos santos?, fue otra de las preguntas. " He sido testigo de cómo san Josemaría y el beato Álvaro vivían para los demás, de la mañana a la noche. Yo, como cualquier persona, debo luchar todos los días por superar mis defectos. Por eso, os pido que recéis por mí". 

Finalmente, invitó a todos a rezar por Rusia, "ya que, como nos recordaba san Josemaría, la verdadera y única arma eficaz es la oración"

Mons. Paolo Pezzi, arzobispo de Moscú, y Mons. Javier Echevarría, celebraron una misa de acción de gracias en la catedral de Moscú con motivo de la reciente beatificación de Álvaro del Portillo:




A la misa han asistido diversos fieles que participan en los medios de formación del Opus Dei. El arzobispo de Moscú ha bendecido además un icono con la imagen del beato Álvaro del Portillo

Al comienzo de la Misa, el Arzobispo agradeció la presencia de Mons. Javier Echevarría en Rusia y también la presencia de los miembros de la Prelatura en la diócesis. "La labor que las personas del Opus Dei realizan en Moscú y San Petersburgo –dijo el Obispo- es algo bello y constructivo para la diócesis".

Al finalizar la misa, los asistentes pudieron venerar una reliquia del sucesor de san Josemaría.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Santa Teresa de Jesús por Benedicto XVI



Vida de Santa Teresa narrada por nuestro querido Papa emérito Benedicto XVI en la Audiencia General del 2 de Febrero de 2011:

“Santa Teresa de Ávila (de Jesús) representa una de las cimas de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos.

Nace en Ávila, España, en 1515, con el nombre de Teresa de Ahumada. En su autobiografía ella misma menciona algunos detalles de su infancia: su nacimiento de «padres virtuosos y temerosos de Dios», en el seno de una familia numerosa, con nueve hermanos y tres hermanas. 

Todavía niña, cuando tiene menos de nueve años, lee las vidas de algunos mártires que le inspiran el deseo del martirio, hasta el punto de que improvisa una breve huida de casa para morir mártir y subir al cielo; «quiero ver a Dios» dice la pequeña a sus padres. 

Algunos años más tarde, Teresa hablará de sus lecturas de la infancia y afirmará que en ellas descubrió la verdad, que resume en dos principios fundamentales: por un lado «el hecho de que todo lo que pertenece al mundo de aquí, pasa»; y, por otro, que sólo Dios es «para siempre, siempre, siempre», tema que se reitera en la famosísima poesía:

«Nada te turbe,
nada te espante;
todo se pasa.
Dios no se muda;
la paciencia todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta.
¡Sólo Dios basta!». 

Al quedar huérfana de madre a los 12 años, pide a la santísima Virgen que le haga de madre.
Aunque en la adolescencia la lectura de libros profanos la había llevado a las distracciones de una vida mundana, la experiencia como alumna de las religiosas agustinas de Santa María de las Gracias de Ávila y la lectura de libros espirituales, sobre todo clásicos de la espiritualidad franciscana, le enseñan el recogimiento y la oración. 

A la edad de 20 años, entra en el monasterio carmelita de la Encarnación, también en Ávila; en la vida religiosa toma el nombre de Teresa de Jesús.
Tres años después, enferma gravemente; tanto que permanece cuatro días en coma, aparentemente muerta. Incluso en la lucha contra sus enfermedades, la santa ve el combate contra las debilidades y las resistencias a la llamada de Dios: «Deseaba vivir —escribe—, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme, pues tantas veces me había tornado a sí y yo dejádole» (Vida 8, 2). 

En la Cuaresma de 1554, a los 39 años, Teresa alcanza la cima de la lucha contra sus debilidades. El descubrimiento fortuito de la estatua de «un Cristo muy llagado» (Vida 9, 1) marca profundamente su vida. La santa, que en aquel período encuentra profunda consonancia con el san Agustín de las Confesiones, describe así el día decisivo de su experiencia mística: «Acaecíame... venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en él» (Vida 10, 1).

Paralelamente a la maduración de su interioridad, la santa comienza a desarrollar concretamente el ideal de reforma de la Orden carmelita: en 1562 funda en Ávila, con el apoyo del obispo de la ciudad, don Álvaro de Mendoza, el primer Carmelo reformado, y poco después recibe también la aprobación del superior general de la Orden, Giovanni Battista Rossi. 

En los años sucesivos prosigue las fundaciones de nuevos Carmelos, en total diecisiete. Es fundamental el encuentro con san Juan de la Cruz, con quien, en 1568, constituye en Duruelo, cerca de Ávila, el primer convento de Carmelitas Descalzos. En 1580 obtiene de Roma la erección como provincia autónoma para sus Carmelos reformados, punto de partida de la Orden religiosa de los Carmelitas Descalzos. 

La vida terrena de Teresa termina precisamente mientras está comprometida en la actividad de fundación. En efecto, en 1582, después de haber constituido el Carmelo de Burgos y mientras se encuentra camino de regreso a Ávila, muere la noche del 15 de octubre en Alba de Tormes, repitiendo humildemente dos expresiones: «Al final, muero como hija de la Iglesia» y «Ya es hora, Esposo mío, de que nos veamos».

Una existencia consumida dentro de España, pero entregada por toda la Iglesia. Beatificada en 1614 por el Papa Pablo V y canonizada por Gregorio XV en 1622, el siervo de Dios Pablo VI la proclama «doctora de la Iglesia» en 1970.
Teresa de Jesús no tenía una formación académica, pero siempre sacó provecho de las enseñanzas de teólogos, literatos y maestros espirituales. Como escritora, siempre se atuvo a lo que personalmente había vivido o había visto en la experiencia de otros (cf. Prólogo al Camino de perfección), es decir, a la experiencia.
Teresa teje relaciones de amistad espiritual con numerosos santos, en particular con san Juan de la Cruz. Al mismo tiempo, se alimenta con la lectura de los Padres de la Iglesia, san Jerónimo, san Gregorio Magno, san Agustín.
Entre sus principales obras hay que recordar ante todo la autobiografía, titulada Libro de la vida, que ella llama Libro de las misericordias del Señor. Compuesta en el Carmelo de Ávila en 1565, refiere el itinerario biográfico y espiritual, escrito, como afirma la propia Teresa, para someter su alma al discernimiento del «Maestro de los espirituales», san Juan de Ávila. 

El objetivo es poner de relieve la presencia y la acción de Dios misericordioso en su vida: por esto, la obra refiere a menudo su diálogo de oración con el Señor. Es una lectura que fascina, porque la santa no sólo cuenta, sino que muestra que revive la experiencia profunda de su relación con Dios. (…)

La obra mística más famosa de santa Teresa es el Castillo interior, escrito en 1577, en plena madurez. Se trata de una relectura de su propio camino de vida espiritual y, al mismo tiempo, de una codificación del posible desarrollo de la vida cristiana hacia su plenitud, la santidad, bajo la acción del Espíritu Santo. Teresa se refiere a la estructura de un castillo con siete moradas, como imagen de la interioridad del hombre, introduciendo, al mismo tiempo, el símbolo del gusano de seda que renace mariposa, para expresar el paso de lo natural a lo sobrenatural. (…)

No es fácil resumir en pocas palabras la profunda y articulada espiritualidad teresiana. Quiero mencionar algunos puntos esenciales. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana: en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica, y esto nos atañe a todos; el amor mutuo como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. 

Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad, alegría, cultura. En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los cantares y con el apóstol san Pablo, además del Cristo de la Pasión y del Jesús eucarístico.
Asimismo, la santa subraya cuán esencial es la oración; rezar, dice, significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5). La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de Aquino da de la caridad teologal, como «amicitia quaedam hominis ad Deum», un tipo de amistad del hombre con Dios, que fue el primero en ofrecer su amistad al hombre; la iniciativa viene de Dios.

La oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el recogimiento, hasta alcanzar la unión de amor con Cristo y con la santísima Trinidad. 

Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual subir a los escalones más altos signifique dejar el precedente tipo de oración, sino que es más bien una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda la vida.
Más que una pedagogía de la oración, la de Teresa es una verdadera «mistagogia»: al lector de sus obras le enseña a orar rezando ella misma con él; en efecto, con frecuencia interrumpe el relato o la exposición para prorrumpir en una oración.

Otro tema importante para la santa es la centralidad de la humanidad de Cristo. Para Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con Él por gracia, por amor y por imitación. De aquí la importancia que ella atribuye a la meditación de la Pasión y a la Eucaristía, como presencia de Cristo, en la Iglesia, para la vida de cada creyente y como corazón de la liturgia. 

Santa Teresa vive un amor incondicional a la Iglesia: manifiesta un vivo «sensus Ecclesiae» frente a los episodios de división y conflicto en la Iglesia de su tiempo. Reforma la Orden carmelita con la intención de servir y defender mejor a la «santa Iglesia católica romana», y está dispuesta a dar la vida por ella (cf. Vida 33, 5).

Un último aspecto esencial de la doctrina teresiana, que quiero subrayar, es la perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y meta final de la misma. La santa tiene una idea muy clara de la «plenitud» de Cristo, que el cristiano revive. Al final del recorrido del Castillo interior, en la última «morada» Teresa describe esa plenitud, realizada en la inhabitación de la Trinidad, en la unión con Cristo a través del misterio de su humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día. 

Que el ejemplo de esta santa, profundamente contemplativa y eficazmente activa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura hacia Dios, a este camino para buscar a Dios, para verlo, para encontrar su amistad y así la verdadera vida; porque realmente muchos de nosotros deberían decir: «no vivo, no vivo realmente, porque no vivo la esencia de mi vida».
Por esto, el tiempo de la oración no es tiempo perdido; es tiempo en el que se abre el camino de la vida, se abre el camino para aprender de Dios un amor ardiente a él, a su Iglesia, y una caridad concreta para con nuestros hermanos. Gracias”.


domingo, 28 de septiembre de 2014

Gracias, perdón, ayúdame más

Por J. Beltrán en larazon.es 

Fue una jaculatoria muy utilizada por Álvaro del Portillo la que sirvió para estructurar el mensaje enviado por el Papa Francisco con motivo de su beatificación: «¡Gracias, perdón, ayúdame más!». 
«En estas palabras se expresa la tensión de una existencia centrada en Dios, de alguien que ha sido tocado por el Amor más grande y vive totalmente de ese amor», explicó en la carta dirigida al prelado del Opus Dei, Javier Echevarría

Beato Álvaro del Portillo

Leído antes de que comenzara la ceremonia, el Santo Padre puso de manifiesto cómo el nuevo beato aprendió de san Josemaría Escrivá de Balaguer «a enamorarse cada día más de Cristo. Sí, enamorarse de Cristo. Éste es el camino de la santidad que ha de recorrer todo cristiano»

Echando mano de uno de esos términos argentinos ya populares en su jerga papal, el Obispo de Roma recordó que «su amor siempre llega antes, nos toca y acaricia primero, nos primerea», un don que en la vida de Álvaro del Portillo se tradujo en «vivir una vida de humilde servicio a los demás. Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye».

Personas de 80 paises acudieron a la beatificación. Foto Páblo Pérez-Tomé

«Nunca una queja o crítica, ni siquiera en los momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, al comprensión, la caridad sincera», aplaude el Santo Padre en un documento en el que subrayaba su apertura a la misericorda divina, como "un amor capaz de regenerar nuestra vida. Un amor que no humilla, ni hunde en el abismo de la culpa, sino que nos abraza, nos levanta de nuestra postración y nos hace caminar con más determinación y alegría»
En este sentido, trajo al presente cómo el prelado del Opus Dei «dedicó muchas energías personales para animar a las personas que trataba a acercarse al sacramento de la confesión, sacramento de la alegría»

«En el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva a todos los corazones», puso en valor el Papa en relación a los proyectos de evangelización que capitaneó «sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios a los hermanos». Esta premisa le llevó a invitar a los participantes en la beatificación a «salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás». 

José Igancio Ureta portó la reliquia del Beato Álvaro del Portillo

Entre las tareas que el Papa encomienda a los fieles de la Prelatura del Opus Dei a partir de esta beatificación, destaca «no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio. Nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad».  
Su mirada a Álvaro del Portillo le lleva al Santo Padre a asegurar que «quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres»


jueves, 25 de septiembre de 2014

El sentido de una beatificación

Por  Ernesto Juliá Díaz.

Hace ya un buen número de siglos que la Iglesia Católica hace pública la vida cristiana fiel y profundamente vivida de muchos hijos y de muchas hijas suyas. La hace pública y la proclama a los cuatro vientos con las Beatificaciones y las Canonizaciones de esas personas.

Los Santos y las Santas, las Beatas y los Beatos, más que modelos de conducta, que también lo pueden ser en algunos casos y para algunas personas, son una manifestación clara de tres grandes Verdades que la Iglesia no deja jamás de proclamar. 


La primera: la presencia viva de Cristo en la vida de esos hombres y mujeres. El santo no es una persona que hace cosas maravillosas con sus fuerzas, con la dureza de su carácter, con su empeño a prueba de todas las dificultades. Es una persona que es consciente de que Cristo vive en él, por la recepción de los Sacramentos y la acción de la Gracia, y que él, siendo dócil a las luces de Cristo, anhela llegar a ser un buen instrumento en las manos de Dios para dar testimonio de la Verdad. Es la presencia de Cristo en el alma de los mártires; de los matrimonios fieles hasta la muerte, en las “alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad”; de los que dan su vida por los demás cuidando enfermos; de los que trabajan en las tareas cotidianas con espíritu de servicio, etc., etc. 



La segunda: que Cristo sigue vivo y actuando en la historia de los hombres, no sólo en la vida de esas personas. Ni los santos ni los beatos están aislados, y tampoco en medio de los desiertos. Su presencia, su testimonio está injertado en la corriente de vida y de civilización que vivimos todos los hombres. Y a todos alcanza.

En no pocas ocasiones, el Señor actúa directamente por cauces, y en momentos, que los hombres apenas vislumbramos y que jamás descubriremos del todo. La mayoría de las veces, sin embargo, Dios actúa en el curso de civilizaciones y de culturas por la presencia de una serie de personas a las que da la Gracia, y les mueve a actuar, porque son “mansos y humildes de corazón”, y dejan hacer a Dios.

¿Quién puede medir la influencia de la vida y escritos de santa Teresa, de san Juan de la Cruz, de san Bernardo, de san Juan Pablo II, de san Josemaría Escrivá, de santa Teresa Benedicta de la Cruz; de san Agustín; de la Beata Teresa de Calcuta; de los mártires coreanos; de los mártires sudvietnamitas; de los mártires romanos, españoles?

  

La tercera: la afirmación neta de la Vida Eterna. La Iglesia tiene la gran misión de caminar con todos los hombres, de todos los tiempos, de todas las civilizaciones, en sus avatares terrenos y abrirles los horizontes de la Vida Eterna. Toda la vida de la Iglesia es un anuncio constante de la Resurrección de Cristo, de la resurrección de la carne, de la resurrección de los muertos. No deja de recordarlo a todos los caminantes en este mundo, al hablarles del Cielo y del Infierno, animarles a seguir el camino con Jesucristo en la tierra, hasta el Cielo.

   

Los Santos, los Beatos son personas que han creído firmemente en estas tres grandes Verdades: Cristo, Hijo de Dios hecho hombre; Cristo presente en los Sacramento y Vida de cada fiel, de la Iglesia; y la Vida Eterna, viviendo ellos con Cristo en la tierra han anhelado seguir viviendo con Jesucristo Resucitado en el Cielo.

Álvaro del Portillo, que será beatificado el sábado 27 de septiembre, ha sido uno de estos hombres. Un hombre “manso y humilde de corazón” que ha servido toda su vida a Dios, en fidelidad a la Iglesia, en obediencia al Papa −a los cinco Papas que trató a lo largo de su vida: Pío XII, san Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, san Juan Pablo II. Y vivió si fidelidad a Jesucristo, a la Iglesia, siendo fiel al espíritu que Dios encargó a san Josemaría Escrivá para que lo anunciase −con ocasión y sin ella− en la Iglesia, en el Mundo: un mensaje de Paternidad divina; de filiación divina de todos los hombres, llamados a ser hijos de Dios en Cristo Jesús; de llamada universal a la “Varón fiel será alabado”, dice la Escritura. En la Beatificación, la Iglesia alaba a Álvaro del Portillo, un hijo fiel.


lunes, 15 de septiembre de 2014

La Esperanza de la Cruz

Palabras del Papa Francisco el 14 de septiembre, día de la Exaltación de la
Cristo de Javier, Navarra.
Santa Cruz
:

"Alguna persona no cristiana podría preguntarnos: ¿por qué ‘exaltar’ la cruz? Podemos responder que nosotros no exaltamos una cruz cualquiera, o todas las cruces. Exaltamos la Cruz de Jesús, porque en ella se ha revelado al máximo el amor de Dios por la humanidad”. 

Es esto lo que nos recuerda el Evangelio de Juan en la liturgia del día: ‘Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito’. El Padre ha ‘dado’ al Hijo para salvarnos, y esto ha comportado la muerte de Jesús, y la muerte en la cruz. ¿Por qué? ¿Por qué ha sido necesaria la Cruz?”. 

Francisco respondió que fue “a causa de la gravedad del mal que nos tenía esclavos. La Cruz de Jesús expresa ambas cosas: toda la fuerza negativa del mal, y toda la mansa omnipotencia de la misericordia de Dios”. 

Aurél Náray, (1883-1948): Jesús en la cruz.

La Cruz parece decretar el fracaso de Jesús, pero en realidad, marca su victoria. En el Calvario, los que se burlaban de Él le decían: ‘Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz’. Pero era verdad lo contrario: precisamente porque era el Hijo de Dios Jesús estaba allí, en la cruz, fiel hasta el fin al designio del amor del Padre”. 

Y precisamente por esto Dios ha ‘exaltado’ a Jesús, confiriéndole una realeza universal”. 

El Santo Padre señaló que “cuando dirigimos la mirada a la Cruz donde Jesús ha sido clavado contemplamos el signo del amor, del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación. De aquella Cruz brota la misericordia del Padre que abraza al mundo entero”. 

William-Adolphe Bouguereau.

Por medio de la Cruz de Cristo el maligno ha sido vencido, la muerte es derrotada, se nos ha dado la vida y se nos ha devuelto la esperanza. ¡Eh! Esto es importante. Por medio de la Cruz de Cristo se nos ha devuelto la esperanza”. 

“¡La Cruz de Jesús es nuestra única y verdadera esperanza! He aquí porqué la Iglesia ‘exalta’ la Santa Cruz, y he aquí porqué nosotros, los cristianos, bendecimos con el signo de la Cruz”. 

El Papa subrayó que “nosotros no exaltamos las cruces, sino ‘la’ Cruz gloriosa de Jesús, signo del amor inmenso de Dios. Signo de nuestra salvación, y camino hacia la Resurrección. Y ésta es nuestra esperanza”

Francesco Conti: Crucifixión, 1709.

El Santo Padre pidió además que “mientras contemplamos y celebramos la Santa Cruz, pensemos con conmoción en tantos hermanos y hermanas nuestros que son perseguidos y asesinados a causa de su fidelidad a Cristo. Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa no está aún garantizada o plenamente realizada”. 

“También sucede en países y ambientes que en principio tutelan la libertad y los derechos humanos, pero donde, concretamente, los creyentes y, de modo especial los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones”. Por eso, continuó el Papa, “hoy los recordamos y rezamos de modo especial por ellos”. 

Vicente López Portaña: Dolorosa, 1826.

“En el Calvario, a los pies de la cruz, estaba la Virgen María. Es la Virgen Dolorosa, que mañana celebraremos en la liturgia. A Ella encomiendo el presente y el futuro de la Iglesia, para que todos sepamos descubrir y acoger siempre el mensaje de amor y de salvación de la Cruz de Jesús”. 


lunes, 8 de septiembre de 2014

Por Ella, la LUZ

Juan de Borgoña: La Natividad de la Virgen, 1495. Sala Capitular de la Catedral de Toledo.

Si en brazos de Dios nacéis 
 ¿quien sois?, Niña soberana, 
que para casa tan pobre 
parecéis muy rica Infanta. 

Tres veces catorce dicen 
los deudos de vuestra casa, 
que son las generaciones 
de vuestra sangre preclara. 

Miguel Cabrera: Creación del alma de María.
 
La primera es de Profetas 
y divinos Patriarcas, 
desde Abraham a David, 
de quien seréis torre y arpa. 

De Reyes es la segunda, 
desde David a que salgan 
de Babilonia a Sión 
y vuelvan a honrar el arca. 

Desde este tiempo hasta el día 
en que Cristo de Vos nazca, 
otra que es de Sacerdotes, 
de quien Vos seréis la vara. 

Torre y arca y vara sois 
en tan ilustre prosapia, 
supuesto que para esposo 
un carpintero os señalan. 

Francisco Plá y Durán: Nacimiento de la Vigen, 1780.

Debe de ser que Dios quiere 
que hecha carne su Palabra, 
viva en casa donde vea 
labrar maderos y tablas. 

O porque si sois, Señora,  
arca en que el mundo se salva, 
como divino escultor 
os halle el hombre en su casa. 

Cielos y tierra se alegran 
 cuando nacéis, Virgen santa, 
por su Hija el Padre eterno, 
por quien se goza y se agrada. 

El Hijo, viendo a su Madre 
tan buena, que de llamarla, 
su madre, no se desprecie 
ni de entrar en sus entrañas. 

El Espíritu divino 
de ver la Esposa que ama, 
de suerte que ya comienza 
a cubrirla con sus alas. 

Annibale Carracci: Detalle de la coronación de la Virgen, 1595.

Los ángeles por su Reina, 
los cielos por su luz clara, 
el sol por su hermosa frente, 
y la luna por sus plantas. 

Los hombres por su remedio 
porque hasta vuestra mañana, 
no podía el sol salir, 
y en oscura noche estaban. 

Según esto vos nacéis 
para ser vara en las aguas, 
torre fuerte en los peligros, 
y en el diluvio arco y arca. 

Alessandro Turchi (1578-1649) El nacimiento de la Virgen.
 
Pues vengáis a vuestra aldea, 
María llena de gracia, 
muchas veces en buen hora, 
día que nacéis con tantas. 

Conoced vuestros pastores, 
que todos os dan las almas, 
mientras os da el cielo estrellas, 
para mantillas y fajas. 

Lope de Vega

jueves, 28 de agosto de 2014

San Agustín

Filippo Lippi: Vision de san Agustín.

Podemos decir, como San Agustín, que las pasiones malas nos tiran de la ropa, para abajo. Al mismo tiempo, notamos dentro del corazón deseos grandes, nobles, limpios, y hay una lucha. —Si tú, con la gracia del Señor, pones los medios ascéticos: la búsqueda de la presencia de Dios, la mortificación —no te asustes: la penitencia—, irás adelante, tendrás paz, y alcanzarás la victoria. 

(San Josemaría, Forja, 411) 



“Usted me dijo que se puede llegar a ser «otro» San Agustín, después de mi pasado. No lo dudo, y hoy más que ayer quiero tratar de comprobarlo”. Pero has de cortar valientemente y de raíz, como el santo obispo de Hipona. 

(San Josemaría, Surco, 838)


jueves, 17 de julio de 2014

Invoca a María



Si se levanta la tempestad de las tentaciones,
si caes en el escollo de las tristezas,
eleva tus ojos a la Estrella del Mar: ¡invoca a María!

Si te golpean las olas de la soberbia,
de la maledicencia, de la envidia,
mira a la estrella, ¡invoca a María! 

Si la cólera, la avaricia,
la sensualidad de tus sentidos
quieren hundir la barca de tu espíritu,
que tus ojos vayan a esa estrella: ¡invoca a María!

Si ante el recuerdo desconsolador
de tus muchos pecados y de la severidad de Dios,
te sientes ir hacia el abismo del desaliento
o de la desesperación,
lánzale una mirada a la estrella,
e invoca a la Madre de Dios.

En medio de tus peligros, de tus angustia,
de tus dudas, piensa en María, ¡invoca a María!

El pensar en Ella y el invocarla,
sean dos cosas que no se aparten nunca
ni de tu corazón ni de tus labios.

Y para estar más seguro de su protección
no te olvides de imitar sus ejemplos.
Siguiéndola no te pierdes en el camino!
¡Implorándola no te desesperarás!
¡Pensando en Ella no te descarriarás!

Si Ella te tiene de la mano no te puedes hundir.
Bajo su manto nada hay que temer.
¡Bajo su guía no habrá cansancio,
y con su favor llegarás felizmente
al Puerto de la Patria Celestial!

San Bernardo

sábado, 21 de junio de 2014

Jesús sacramentado

Jan Van Eyck (1390-1441): Adoración del cordero místico.

"Este es mi Cuerpo...", y Jesús se inmoló, ocultándose bajo las especies de pan. Ahora está allí, con su Carne y con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad: lo mismo que el día en el que Tomás metió los dedos en sus Llagas gloriosas. Sin embargo, en tantas ocasiones, tú cruzas de largo, sin esbozar ni un breve saludo de simple cortesía, como haces con cualquier persona conocida que encuentras al paso. 
–¡Tienes bastante menos fe que Tomás

(San Josemaría. Surco, 684).


domingo, 15 de junio de 2014

Gloria a Ti, Trinidad

Creo en Dios Padre; 
creo en Dios Hijo; 
creo en Dios Espíritu Santo; 
creo en la Santísima Trinidad; 
creo en mi Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero. 

Escuela de Ludovico Cardi (s. XVII): La Trinidad.
 
Espero en Dios Padre; 
espero en Dios Hijo; 
espero en Dios Espíritu Santo; 
espero en la Santísima Trinidad; 
espero en mi Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero. 

Antonio de Pereda (1611-1678)
 
Amo a Dios Padre; 
amo a Dios Hijo; 
amo a Dios Espíritu Santo; 
amo a la Santísima Trinidad; 
amo a mi Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero. 


sábado, 14 de junio de 2014

Personas-cántaros

Angelica Kauffman: Jesús y la samaritana, 1796

Estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza! 

Papa Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, n. 86. 

Es preciso, pues, anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio. 

Papa Francisco, Exhort. apost. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, n. 114.

Annibale Carracci: Jesús y la samaritana

sábado, 17 de mayo de 2014

Cultivar la interioridad en la era digital

Fuente:  J.C. Vásconez ‒ R. Valdés

Las nuevas tecnologías han aumentado el volumen de información que recibimos en cada instante, y quizás hoy ya no nos sorprenda que nos lleguen en tiempo real las noticias de sitios lejanos. Estar enterado y tener datos de lo que sucede es progresivamente más fácil. Surgen, quizá, nuevos retos, y en particular este: ¿cómo gestionar los recursos informáticos?

El aumento de la información disponible impone a cada uno de nosotros la necesidad de cultivar una actitud reflexiva. Es decir, la capacidad de discernir los datos que son valiosos de los que no lo son. A veces es complicado, pues «la velocidad con la que se suceden las informaciones supera nuestra capacidad de reflexión y de juicio, y no permite una expresión mesurada y correcta de uno mismo» [1]. Si a lo anterior se suma que las tecnologías de comunicación nos ofrecen una gran cantidad de estímulos que reclaman nuestra atención (mensajes de texto, imágenes, música), es evidente el riesgo de acostumbrarse a responder a estos inmediatamente, sin tener en cuenta la actividad que estábamos realizando en ese momento.

El silencio forma parte del proceso comunicativo, al abrir momentos de reflexión que permitirán asimilar lo que se percibe y dar una respuesta adecuada al interlocutor: «Escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos» [2].

En la vida cristiana, el silencio juega un papel importantísimo, pues es condición para cultivar una interioridad que permite oír la voz del Espíritu Santo y secundar sus mociones. San Josemaría relacionaba al silencio, la fecundidad y la eficacia [3], y el Papa Francisco ha pedido oraciones «para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a menudo abrumados por el bullicio, redescubran el valor del silencio y sepan escuchar a Dios y a los hermanos» [4].
¿Cómo conseguir esta interioridad, en un ambiente marcado por las nuevas tecnologías?

La virtud de la templanza, una aliada 

Señala san Josemaría una experiencia con la que es fácil identificarse: "Me bullen en la cabeza los asuntos en los momentos más inoportunos...", dices. Por eso te he recomendado que trates de lograr unos tiempos de silencio interior,... y la guarda de los sentidos externos e internos [5].

Para alcanzar un recogimiento que lleve a meter las potencias en la tarea que realizamos, y así poder santificarla, es preciso ejercitarse en la guarda de los sentidos. Y esto se aplica de modo especial al uso de los recursos informáticos, que ‒como todos los bienes materiales‒ se deben emplear con moderación.

La virtud de la templanza es una aliada para conservar la libertad interior al moverse por los ambientes digitales. Templanza es señorío [6], porque ordena nuestras inclinaciones hacia el bien en el uso de los instrumentos con los que contamos. Lleva a obrar de manera que se empleen rectamente las cosas, porque se les da su justo valor, de acuerdo con la dignidad de hijos de Dios.



Si queremos acertar en la elección de aparatos electrónicos, la contratación de servicios, o incluso al usar un recurso informático gratuito, resulta lógico que consideremos su atractivo o utilidad, pero también si aquello corresponde con un estilo templado de vivir: ¿Esto me llevará a aprovechar más el tiempo, o me procurará distracciones inoportunas? ¿las funcionalidades adicionales justifican una nueva compra, o es posible seguir utilizando el aparato que ya tengo?

El ideal de la santidad implica ir más allá de lo que es meramente lícito ‒si se puede…‒, para preguntarse: esto, ¿me acercará más a Dios? Da mucha luz aquella respuesta de san Pablo a los de Corinto: «Todo me es lícito. Pero no todo conviene. «Todo me es lícito». Pero no me dejaré dominar por nada [7]. Esta afirmación de autodominio del apóstol cobra nueva actualidad, cuando consideramos algunos productos o servicios informáticos que, al procurar una recompensa inmediata o relativamente rápida, estimulan la repetición. Saber poner un límite a su uso evitará fenómenos como la ansiedad o, en casos extremos, una especie de dependencia. Nos puede servir en este campo aquel breve consejo: Acostúmbrate a decir que no [8], detrás del que se encuentra una llamada a luchar con sentido positivo, como el mismo san Josemaría explicaba: Porque de esta victoria interna sale la paz para nuestro corazón, y la paz que llevamos a nuestros hogares –cada uno, al vuestro–, y la paz que llevamos a la sociedad y al mundo entero [9].

El uso de las nuevas tecnologías dependerá de las circunstancias y necesidades propias. Por eso, en este ámbito cada uno ‒ayudado por el consejo de los demás‒ debe encontrar su medida. Cabe siempre preguntarse si el uso es templado. Los mensajes, por ejemplo, pueden ser útiles para manifestar cercanía a un amigo, pero si fueran tan numerosos que acarrearan interrupciones continuas en el trabajo o el estudio, probablemente estaríamos cayendo en la banalidad y la pérdida de tiempo. En este caso, el autodominio nos ayudará a vencer la impaciencia y a dejar la respuesta para más tarde, de modo que podamos emplearnos en una actividad que exigía concentración, o simplemente prestar atención a una persona con la que estábamos conversando.

Ciertas actitudes ayudan a vivir la templanza en este ámbito. Por ejemplo, conectar el acceso a las redes a partir de una hora determinada, fijar un número de veces al día para mirar la cuenta de una red social o para comprobar el correo electrónico, desconectar los dispositivos por la noche, evitar su uso durante las comidas y en los momentos de mayor recogimiento, como son los días dedicados a un retiro espiritual. Internet se puede consultar en momentos y lugares apropiados, de modo que uno no se ponga en una situación de navegar por la web sin un objetivo concreto, con el riesgo de toparse con contenidos que contradicen un planteamiento cristiano de la vida, o al menos perder el tiempo con trivialidades.

El convencimiento de que nuestras aspiraciones más altas están más allá de las satisfacciones rápidas que nos podría dar un click, da sentido al esfuerzo por vivir la templanza. A través de esta virtud, se forja una personalidad sólida y la vida recobra entonces los matices que la destemplanza difumina; se está en condiciones de preocuparse de los demás, de compartir lo propio con todos, de dedicarse a tareas grandes [10].

El valor del estudio 

El hábito del estudio, que ordena el afán de conocer hacia metas nobles, suele relacionarse a la templanza. Santo Tomás caracteriza la virtud de la studiositas como un «cierto entusiasmante interés por adquirir el conocimiento de las cosas»[11], que implica la superación de la comodidad y la pereza. Cuanto más intensamente la mente se aplique a algo gracias a haberlo conocido, tanto más se desarrolla regularmente su deseo de aprender y saber.

El afán de saber es enriquecedor cuando se pone al servicio de los demás, y contribuye a fomentar un recto amor al mundo, que nos impulsa a seguir la evolución de las realidades culturales y sociales en las que nos movemos y que queremos llevar a Dios. Pero esto es distinto del vivir abocado hacia fuera, dominado por una curiosidad que se manifestaría, por ejemplo, en el ansia de estar informados de todo o de no querer perderse nada. Esa actitud desordenada acabaría conduciendo a la superficialidad, a la dispersión intelectual, a la dificultad para cultivar el trato con Dios, a la pérdida del afán apostólico. 

Las nuevas tecnologías, al ampliar las fuentes de información disponibles, son una ayuda valiosa en el estudio de asuntos tan variados como un proyecto académico de investigación, la elección de un sitio para las vacaciones familiares, etc. Sin embargo, también existen varias formas de desorden del apetito o deseo de conocimiento: una persona puede abandonar un determinado estudio que constituye para ella una obligación, y comenzar «otra investigación menos beneficiosa» [12]. Por ejemplo, cuando la atención se centra en la respuesta a un mensaje o a la última actualización, en lugar de concentrarse en el estudio o el trabajo. 

La curiosidad desmedida, que santo Tomás caracterizaba como una «inquietud errante del espíritu» [13], puede conducir a la acidia: una tristeza del corazón, una pesadez del alma que no consigue responder a su vocación que exige poner atención y esfuerzo en el trato con el prójimo y con Dios. La acidia es compatible con una cierta agitación de la mente y el cuerpo, pero que solo refleja la inestabilidad interior.
Por el otro lado, el hábito del estudio mantiene el vigor a la hora de trabajar y relacionarse con los demás, da eficacia al tiempo que empleamos e incluso ayuda a encontrar gusto a las actividades que exigen un esfuerzo mental.

Proteger los tiempos de silencio

La templanza allana el camino hacia la santidad, pues construye un orden interior que permite emplear la inteligencia y la voluntad en lo que se trae entre manos: ¿Quieres de verdad ser santo? –Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces [14]. Para recibir la gracia divina, para crecer en santidad, el cristiano ha de  meterse en la actividad que es su materia de santificación. 



¿Las nuevas tecnologías favorecen la superficialidad? Dependerá, sin duda, del modo en que se utilicen. Sin embargo, hay que estar prevenidos contra la disipación: –Dejas que se abreven tus sentidos y potencias en cualquier charca. –Así andas tú luego: sin fijeza, esparcida la atención, dormida la voluntad y despierta la concupiscencia [15]. 

Evidentemente, cuando se cede a la disipación por un empleo desordenado del teléfono o de internet, la vida de oración encuentra obstáculos para su desarrollo. No obstante, el espíritu cristiano lleva a conservar la calma mientras uno se mueve con soltura en las diversas circunstancias de la vida moderna: Los hijos de Dios hemos de ser contemplativos: personas que, en medio del fragor de la muchedumbre, sabemos encontrar el silencio del alma en coloquio permanente con el Señor [16]. 

San Josemaría señalaba que el silencio es como el portero de la vida interior [17], y en esta línea animaba a los fieles que viven en medio del mundo a tener momentos de mayor recogimiento, compatibles con un trabajo intenso. Especial importancia daba a la preparación de la Santa Misa. En un ambiente permeado por las nuevas tecnologías, los cristianos saben encontrar tiempos para el trato con Dios, donde se recogen los sentidos, la imaginación, la inteligencia, la voluntad. Como el profeta Elías, descubrimos al Señor no en el ruido de los elementos y el ambiente, sino en un susurro de brisa suave [18]. 

El recogimiento que abre espacio al coloquio con Jesucristo exige dejar en un segundo plano otras actividades que reclaman nuestra atención. La oración pide desconectarse de lo que nos pueda distraer, y con frecuencia será oportuno que la desconexión sea física: desactivando las notificaciones de un dispositivo, cerrando los programas en ejecución o, eventualmente, apagándolo. Es el momento de dirigir la mirada al Señor, y dejar en sus manos el resto. 

Por otro lado, el silencio lleva a ser atento con los demás y refuerza la fraternidad, para descubrir personas que necesitan ayuda, caridad y cariño [19].
En una época donde contamos con recursos tecnológicos que parecen empujarnos a llenar todo nuestro día de iniciativas, de actividades, de ruido, es bueno hacer silencio fuera y dentro de nosotros. En este sentido, al reflexionar sobre el papel de los medios de comunicación en la cultura actual, el Papa Francisco ha invitado a «recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma. Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar. (…) Si tenemos el genuino deseo de escuchar a los otros, entonces aprenderemos a mirar el mundo con ojos distintos y a apreciar la experiencia humana tal y como se manifiesta en las distintas culturas y tradiciones» [20].
El esfuerzo por formar una actitud personal de escucha, y la promoción de espacios de silencio, nos abre a los demás, y de modo especial, a la acción de Dios en nuestras almas y en el mundo. 

Notas:

[1] Francisco, Mensaje para Jornada mundial de las comunicaciones sociales, 24-I-2014. [2] Benedicto XVI, Mensaje para Jornada mundial de las comunicaciones sociales, 24-I-2012. [3] Cfr. Surco, nn. 300 y 530. [4] Francisco, Intención general para el apostolado de la oración para septiembre de 2013. [5] Surco, n. 670. [6] Amigos de Dios, n. 84. [7] 1 Cor 6, 12. [8] Camino, n. 5. [9] San Josemaría, Apuntes tomados en una tertulia, 28-X-1972. [10] Amigos de Dios, n. 84. [11] Santo Tomás, S. Th.II-II, q. 166, a. 2 ad 3. [12]Santo Tomás, S. Th.II-II, q. 167, a. 1 resp. [13]Santo Tomas, De Malo, q. 11, a. 4. [14]Camino, n. 815. [15]Ibid., n. 375. [16]Forja, n. 738. [17]Camino, n. 281. [18] Cfr. 1 Re 19, 11-13. [19] Conversaciones, n. 96. [20] Francisco, Mensaje para la XLVIII Jornada mundial de las comunicaciones sociales, 24 de enero de 2014.

viernes, 2 de mayo de 2014

Madrecita buena de Dios

Estando en México, Mons. Álvaro del Portillo habló sobre el poder de intercesión de la Virgen María, "la Madrecita buena de Dios".


martes, 15 de abril de 2014

Misericordia



Éste es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente, el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! 

Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.

Papa Francisco, Mensaje para la Cuaresma, 26-XII-2013.

martes, 4 de marzo de 2014

La confesión explicada por el Papa Francisco en 5 párrafos

Carl Bloch: Cristo consolador.
1. "En la celebración del sacramento de la reconciliación, el sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana". 

2. Alguno puede decir: “Yo me confieso solamente con Dios”. 
Sí, tú puedes decir a Dios: “Perdóname”, y decirle tus pecados. Pero nuestros pecados son también contra nuestros hermanos, contra la Iglesia, y por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos, en la persona del sacerdote. 

3. “Pero, padre, ¡me da vergüenza!”. 
También la vergüenza es buena, es saludable tener un poco de vergüenza. Porque cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que es un ‘sinvergüenza’. La vergüenza también nos hace bien, nos hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios, perdona. 

4. También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decirle al sacerdote esas cosas que pesan tanto en mi corazón: uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia y con el hermano. Por eso, no tengan miedo de la confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse siente todas estas cosas – también la vergüenza – pero luego, cuando termina la confesión sale libre, grande, bello, perdonado, limpio, feliz. Y esto es lo hermoso de la confesión. 

5. Quisiera preguntarle, pero no responda en voz alta ¿eh?, responda en su corazón: ¿cuándo fue la última vez que se confesó? ¿Dos días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta años? Cada uno haga la cuenta, y cada uno se diga a sí mismo: ¿cuándo ha sido la última vez que yo me he confesado? Y si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierda ni un día más! Vaya hacia delante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús, allí, ¿eh? Y Jesús es más bueno que los curas, y Jesús te recibe. Te recibe con tanto amor. Sea valiente, y adelante con la confesión». 

Jorge Enrique Mújica. http://actualidadyanalisis.blogspot.com.es

jueves, 20 de febrero de 2014

Como campo cuajado


Saxum! ¡qué blanco veo el camino —largo— que te queda por recorrer! Blanco y lleno, como campo cuajado. ¡Bendita fecundidad de apóstol, más hermosa que todas las hermosuras de la tierra! Saxum! 

Son palabras que san Josemaría dedicaba a Álvaro del Portillo en una carta del 18 e mayo de 1939. Lo llamaba "Saxum",- piedra- por su fidelidad incondicional.

sábado, 1 de febrero de 2014

Presentación de Jesús en el templo

Sébastien Bourdon (1616-1671): La presentación de Jesús en el Templo. Museo del Louvre.

Y esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas. —¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si estuviera inmunda. 

¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios

Andrey Shishkin: Simeón y el Niño Jesús.
¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! —Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón. 

Un hombre justo y temeroso de Dios, que movido por el Espíritu Santo ha venido al templo —le había sido revelado que no moriría antes de ver al Cristo—, toma en sus brazos al Mesías y le dice: Ahora, Señor, ahora sí que sacas en paz de este mundo a tu siervo, según tu promesa... porque mis ojos han visto al Salvador. (Luc., II, 25-30.) 

(San Josemaría: Santo Rosario, Cuarto misterio gozoso. La Purificación de la Virgen y la Presentación del Señor en el Templo).