viernes, 29 de marzo de 2013

Stabat Mater



Estaba la Madre dolorosa
junto a la Cruz, llorosa,
en que pendía su Hijo.

Su alma gimiente,
contristada y doliente
atravesó la espada.

¡Oh cuán triste y afligida
estuvo aquella bendita
Madre del Unigénito!


Languidecía y se dolía
la piadosa Madre que veía
las penas de su excelso Hijo.

¿Qué hombre no lloraría
si a la madre de Cristo viera
en tanto suplicio?

¿Quién no se entristecería
a la Madre contemplando
con su doliente Hijo?

Por los pecados de su gente
vio a Jesús en los tormentos
y doblegado por los azotes.

Vio a su dulce Hijo
muriendo desolado
al entregar su espíritu.

Annibale Carraci: Pietà, 1603
 Ea, Madre, fuente de amor,
hazme sentir tu dolor,
contigo quiero llorar.

Haz que mi corazón arda
en el amor de mi Dios
y en cumplir su voluntad.

Santa Madre, yo te ruego
que me traspases las llagas
del Crucificado en el corazón.

De tu Hijo malherido
que por mí tanto sufrió
reparte conmigo las penas.

Déjame llorar contigo
condolerme por tu Hijo
mientras yo esté vivo.

Junto a la Cruz contigo estar
y contigo asociarme
en el llanto es mi deseo.

Virgen de Vírgenes preclara
no te amargues ya conmigo,
déjame llorar contigo.

Haz que llore la muerte de Cristo,
hazme socio de su pasión,
haz que me quede con sus llagas.

Haz que me hieran sus llagas,
haz que con la Cruz me embriague,
y con la Sangre de tu Hijo.

Para que no me queme en las llamas,
defiéndeme tú, Virgen santa,
en el día del juicio.

Raúl Berzosa

Cuando, Cristo, haya de irme,
concédeme que tu Madre me guíe
a la palma de la victoria.

Y cuando mi cuerpo muera,
haz que a mi alma se conceda
del Paraíso la gloria.

Amén.

jueves, 28 de marzo de 2013

Jesús se encontrará estos besos

Alfa y Omega publica hoy uno de los Relatos a la sombra de la cruz (editorial Palabra) que imagina el sacerdote y escritor don Enrique Monasterio y que traigo al blog:

Nicolas Poussin: Institución de la Eucaristía
Del diario de María Magdalena

María me ha pedido que le ayude a preparar la sala donde su hijo celebrará la Pascua dentro de dos días.
Me lleva al lugar elegido y en seguida comenzamos a trabajar. Lo primero, limpiar el recinto, que es grande y agradable, pero necesitaba un buen repaso. Luego, disponemos las jofainas para las purificaciones, las lámparas de aceite que darán luz a la estancia, los divanes, los manteles limpios y perfumados, las copas, las jarras para el vino y unos platos de colores recién salidos de las manos del alfarero que ha traído María.

Yo, como estoy muy contenta porque es la Pascua, no dejo de cantar ni un solo instante. En cambio, Ella...

-«¿Qué te ocurre, Señora?»
-«No me llames así. Sabes que somos amigas».

María entonces toma mis manos entre las suyas y las besa.

-«¿Por qué haces eso?»
-«Hoy estas manos han trabajado en algo muy grande. Los manteles, los platos..., todo esto será sagrado. Pronto lo entenderás. Ahora vamos a hacer el pan. ¿Me ayudas?»

Con la harina blanca recién molida, las manos de mi Señora han comenzado a amasar la primera hogaza. Sin levadura, como establece la ley de Moisés, el pan se elabora deprisa y se comerá deprisa porque es la Pascua. Es el paso del Señor.

Antes de meterlo en el horno, María vuelve a sorprenderme en un gesto insólito: con sus manos blancas de harina, levanta el pan en alto y lo besa muy despacio, con ternura de madre. Luego me ha dicho:
-«Bésalo tú también».

Sin preguntar nada, pongo mis labios en el pan.
-«Jesús se encontrará estos besos cuando llegue».

-«... Cuando llegue, ¿dónde?»


María sonríe con ese gesto de niña traviesa que a veces le sale de dentro, pero no me explica el sentido de sus palabras.
-«Lo entenderás muy pronto».

Domenico Ghirlandaio: Detalle de La última cena.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Origen del rezo del Vía Crucis


A lo largo de los siglos, y siguiendo el tradicional ejemplo de la Santísima Virgen María, los peregrinos de Jerusalén han seguido las huellas de Jesús desde el Pretorio hasta el Calvario (lo que en el s. XII llamaban “Vía Sacra”). 

En 1342 los Franciscanos se convirtieron en los custodios de la Tierra Santa, y según la tradición, las Estaciones de la Cruz se debe a ellos. 

En el s. XV se empezaron a erigir Estaciones de la Cruz en Europa para los que no podían viajar a Tierra Santa

En el s. XVII, el franciscano S. Leonardo de Puerto Mauricio propagó la devoción del Vía Crucis Vía Crucis toda Italia, erigiendo las Estaciones en cientos de iglesias. Gracias a este santo se comenzó a rezar el Vía Crucis en el Coliseo de Roma el Viernes Santo, que suele presidir el Papa. Diría el santo: “Me queda la satisfacción de que el Coliseo haya dejado de ser simplemente un sitio de distracción, para convertirse en un lugar donde se reza"

En el S. XVIII, ambién propagaron esta devoción san Alfonso María de Ligorio y san Pablo de la Cruz. 

En 1837 la Sagrada Congregación para las Indulgencias declaró que era más apropiado que las estaciones comenzaran desde el lado de la iglesia en que se proclama el Evangelio

En 1686 el Papa Inocente XI concedió a los franciscanos erigir Estaciones en sus iglesias para ganar las mismas indulgencias que en Tierra Santa

En 1731 se fijó que las Estaciones fueran 14 y que se pudieran erigir en todas las iglesias por un padre franciscano con el premiso del Obispo local. 

En 1862 se concedió permiso a todos los obispos para erigir las Estaciones en su diócesis. 

Fuente: corazones.org


Puedes seguir el resto de las estaciones aquí.

lunes, 25 de marzo de 2013

Asombro de María en la Anunciación


Arthur Gaskin, (1862-1928): Anunciación

Estaba María santa
contemplando las grandezas
de la que de Dios sería
Madre santa y Virgen bella
el libro en la mano hermosa,
que escribieron los profetas,
cuanto dicen de la Virgen.
¡Oh qué bien que lo contempla!
Madre de Dios y virgen entera,
Madre de Dios, divina doncella.


Bajó del cielo un arcángel,
y haciéndole reverencia,
Dios te salve, le decía,
María, de gracia llena.
Admirada está la Virgen
cuando al Sí de su respuesta
tomó el Verbo carne humana,
y salió el sol de la estrella.
Madre de Dios y virgen entera,
Madre de Dios, divina doncella.

Lope de Vega

martes, 19 de marzo de 2013

Id a José

Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia: San José con el Niño, 1675
Hay que rezar mucho, hay que rezar todo el día. Tenemos que acudir a San José, especialmente en este mes de marzo, y también durante todo el año, porque es el Patrono de la Iglesia universal: ¡que se vea!, ¡que se vea que es el Patrono de la Iglesia universal! Yo no me canso de invocarle con ese ite ad Ioseph («id a José»), diciéndole: ¡que se note!
Marzo de 1973, en Memoria del Beato Josemaría, 258.

domingo, 17 de marzo de 2013

San José, cuida de la Iglesia

Por Teófanes Egido en Alfayomega.es 

En 1870, en unos momentos especialmente difíciles para la Iglesia y por petición expresa de los Padres del Concilio Vaticano I, el papa Pío IX proclamó a san José Patrono de la Iglesia universal
El Papa Francisco tiene una especial devoción al Custodio de la Sagrada Familia, en cuya solemnidad, el próximo martes 19 de marzo, celebrará la Misa de inicio de su pontificado. 


Escribe el Director del Centro Josefino Español: La misión de san José en la Iglesia tardó en ser reconocida oficialmente. Y, si bien es cierto que tarde, el reconocimiento eclesial de san José llegó de forma estupenda con la proclamación solemne de su patrocinio sobre la Iglesia universal. 

La verdad es que la concesión del título singular y expresivo se debió sobre todo a un Papa y a las circunstancias tan especiales, casi trágicas, de la Iglesia por aquel año de 1870. El Papa, ferviente devoto de san José, era Pío IX; y el momento eclesial, uno de los más críticos de su historia: justamente en el segundo semestre del año, el Concilio Vaticano I tenía que ser aplazado para no reanudarse ya. Y es que, por avatares de la guerra entre Francia y Prusia, y por el proceso de la unidad de Italia, el Papa se había quedado sin dominios territoriales, sin su mermado ejército, sin la Urbe y, como decía él mismo, prisionero en el mermado reducto romano. 

En aquel clima de temores y de miedos apocalípticos, Pío IX se hizo eco de las peticiones de los fieles, de las elevadas por los Padres conciliares, y, justamente en la fiesta de la Inmaculada de 1870, declaró a san José Patrono y abogado de la Iglesia, para que cuidara de ella, en aquellos tristísimos tiempos, como cuidó de su familia de Nazaret, verdadera y primera Iglesia naciente. La decisión pontificia tuvo efectos inmediatos y permanentes. 

Comenzaron a abundar Congregaciones religiosas llamadas de san José y de la Sagrada Familia; fueron más frecuentes aún los nombres de José impuestos en los bautismos; se dedicaron al santo cofradías, asociaciones, parroquias e iglesias; se escribieron libros de alta teología y de piadosa devoción en un movimiento creciente hasta el Concilio Vaticano II

Los Papas manifestaron paladinamente su devoción con gestos eclesiales.  
León XIII, en la fiesta de la Asunción de 1889, publicaría la primera (y única hasta ahora) encíclica josefina, la Quamquam pluries, con la oración más popular: A vos, bienaveturado san José, y con clara intención social, al igual que la autorización de la fiesta de la Sagrada Familia

Pío XII, también con sentido social, instituyó la fiesta de San José Obrero en 1955. 

Juan XXIII no sólo incluyó el nombre de san José en la misa (en el Canon, en 1962), sino que también se atrevió a declarar al santo como Patrono del Concilio. Lo hacía poco antes de su inauguración en un documento cálido y, con palabras sencillas y profundas a la vez, lo llamaba «cabeza augusta de la Familia de Nazaret y protector de la Santa Iglesia». Y oraba: ¡Oh, san José, invocado y venerado como protector del Concilio Ecuménico Vaticano II! 

En el centenario de la encíclica de León XIII, Juan Pablo II publicaba, en agosto de 1989, su Exhortación apostólica Redemptoris custos -Custodio del Redentor-. Es, indudablemente, el documento pontificio más extenso y más profundo, rebosante de Evangelio, de teología, de sensibilidad, en el que se expone la misión de san José en la Iglesia en consonancia con la que tuvo como cuidador de Jesús

En cuanto a la dedicación de templos al protector de la Iglesia como efecto inmediato de la proclamación de su patrocinio, el más hermoso de todos ellos quizá sea el de Antonio Gaudí a la Sagrada Familia. En noviembre de 2010, Benedicto XVI lo consagraba en persona en unas jornadas inolvidables. Y confesaba que «la alegría que siento de poder presidir esta ceremonia se ha visto incrementada cuando he sabido que este templo, desde sus orígenes, ha estado muy vinculado a la figura de san José. Me ha conmovido especialmente la seguridad con la que Gaudí, ante las innumerables dificultades que tuvo que afrontar, exclamaba lleno de confianza en la divina Providencia: San José acabará el templo». 

En estos días, la Iglesia ha vivido la situación singular de un Cónclave celebrado no por la muerte del Papa, sino por la renuncia de este gran devoto de san José: Benedicto XVI. Es seguro que la mirada buena del protector cuidará también del nuevo Papa Francisco.

jueves, 14 de marzo de 2013

Palabras del Prelado de Opus Dei con motivo de la elección del Papa Francisco

Para los católicos de todo el mundo es un momento de gran alegría cristiana: nuestro nuevo Papa Francisco es el 265 sucesor de Pedro. Desde que se ha visto la fumata blanca le hemos recibido con profunda gratitud y, ahora, siguiendo el ejemplo de Benedicto XVI, le manifestamos incondicional reverencia y obediencia. Y también nuestro cariño y nuestras oraciones, en continuidad con las que hemos rezado con el Papa en su primera aparición desde la Logia de las Bendiciones de la Basílica de San Pedro.

En esta hora de emoción, en la que se toca la universalidad de la Iglesia, reafirmo al nuevo Romano Pontífice una completa adhesión a su persona y a su ministerio, seguro de expresar así los sentimientos de los fieles –laicos y sacerdotes- de la Prelatura del Opus Dei. Todos nos encomendamos a las oraciones de Su Santidad, para contribuir eficazmente, con disponibilidad alegre, a la tarea de evangelización que el Papa ha mencionado en su primer saludo a la Iglesia

En estas semanas de espera serena, se ha hablado mucho de la carga que pesa sobre los hombros del Santo Padre. Pero no olvidemos que el Papa cuenta con la ayuda de Dios, con la asistencia del Espíritu Santo y con el afecto y la plegaria de los católicos, y de millones de personas de buena voluntad. 

Como aconsejó siempre San Josemaría Escrivá, ruego al Señor hoy muy especialmente para que todos los cristianos tengamos “una misma voluntad, un mismo corazón, un mismo espíritu: para que «omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!» –que todos, bien unidos al Papa, vayamos a Jesús, por María”. (Forja, 647). 

+ Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei.

domingo, 10 de marzo de 2013

El hijo pródigo en el arte

 (Lc 15,1-3.11-32):

«Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.

Bartolomé Esteban Murillo, (1617–1682): El hijo pródigo abandonado, 1660.

Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre. 

Edward John Poynter: El regreso del hijo pródigo.

Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.

Lionello Spada: La vuelta del hijo pródigo.

El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. 

Pompeo Batoni, (1708–1787): El regreso del hijo pródigo, 1773.

Guercino (Giovanni Francesco Barbieri): Regreso del hijo pródigo, 1655.

Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta. 

Bartolomé Esteban Murillo, 1670.

Jan Steen, (1626-1679): El regreso del hijo pródigo, 1670.

Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’.

Michel Martin Drolling: El hijo pródigo, 1806.

Rembrandt: El regreso del hijo pródigo.

Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’».

Pietro Faccini, (1575 - 1602): El hijo pródigo.

Jesús y el hijo pródigo.

sábado, 9 de marzo de 2013

El arte eleva

Merece la pena escuchar estas palabras de la escultora y pintora Hortensia Núñez-Ladevéze sobre su concepción del arte y la belleza:


“El arte soporta todos los defectos menos la mentira. En el momento en que hay mentira, desaparece, no existe. Si no existe la verdad, no existe la belleza. El arte aguanta muchos defectos del artista. La mentira la devuelve”.
Hortensia Núñez-Ladevéze. Obra inspirada en el Cantar de los cantares.

viernes, 8 de marzo de 2013

En el día de la mujer

Jesús trata siempre con extremada delicadeza y respeto a la mujer. Vive las medidas de prudencia adecuadas para no escandalizar y dar buen ejemplo; pero no deja de conceder atención e importancia a la mujer en su predicación y en el nuevo reino.

"Sucedió, después, que él recorría ciudades y aldeas predicando y anunciando la buena nueva del Reino de Dios; le acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; y Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes; y Susana, y otras muchas que le asistían con sus bienes"(Lc). 

Muchas otras reciben el trato delicado de su caridad como Marta la hermana de Lázaro, las madres de diversos apóstoles: María Cleofé y Salomé, la mujer siriofenicia, la mujer adúltera, y la hija de Jairo son las más conocidas. 
Pero lo que llama la atención es que forman un grupo separado de los discípulos, que también siguen al Señor y le ayudan de diversas maneras. Ellas se saben bien tratadas por Jesús, y esto contrasta con la consideración que recibían en aquellos tiempos en casi todas las culturas, y de un modo especial en Israel

Sorprende la discriminación, - casi el desprecio-, con que son tratadas las mujeres en la Roma y en Grecia clásicas, tan avanzadas en otros aspectos. Pero lo mismo se puede decir de otras culturas de aquel tiempo. 

En Israel la religión era, sobre todo, una cuestión de varones. La mujer no podía estudiar la Torá; era indigna de participar de la mayoría de las fiestas; la mayoría eran analfabetas, y eran consideradas una carga para la familia, alguien a ignorar, un mal inevitable, además de imputarles una peculiar maldad femenina. 
Estaban obligadas permanentemente a un ritual de purificación. No se podía hablar con alguna mujer en público. Las leyes de repudio las perjudicaban ostensiblemente. Las viudas tenían una vida difícil, a expensas de otros familiares de buen corazón; sin los cuales estaban abocadas a la miseria.

Todo esto contrasta con la conducta de Jesús. El hecho de llevar un grupo de discípulas es bien diferente de la costumbre de los rabinos que sólo hombres admitían como discípulos.

Allesandro Allori, (1535-1607): Jesús con Marta y María.
Jesús enseña y se deja servir de ellas, prácticamente lo único que podían hacer por Él, además de creer y seguirle. En su predicación abundan los ejemplos extraídos del entorno femenino, como la que pone la levadura en el pan, la que busca la moneda perdida, las vírgenes que se preparan para la boda, la viuda y el juez inicuo; y habla con estima de las mujeres del Antiguo testamento. 
Este respeto y consideración son más notorios cuando se trata de extranjeras en las que elogia su fe; y contrapone la generosidad de la viuda ante la ostentación de los fariseos. 

Jesús enseña con su actitud lo más positivo de la mujer: su fortaleza para amar, y su fe sencilla y profunda. Rechaza el desprecio y la marginación indisimulada en lugares secundarios. La mujer tiene un papel distinto del varón, en unas cuestiones del mismo valor, en otras distinto.
Cierto que Jesús no las elige para ser sacerdotes de la nueva Alianza, pero también es cierto que tienen una primacía en el orden del amor, como se verá al pie de la cruz y en la resurrección.
Simon Vouet: Sagrada Familia con Santa Isabel.
Desde el principio María, su Madre, ocupa en la salvación un lugar privilegiado: el primero después de Cristo. Ella es la representante de la humanidad en el momento previo a la Encarnación, y llega ser la Madre que engendra en el tiempo a la persona del Verbo. Ella será la Madre de todos los hombres por especial designio divino. No cabe mayor grado de dignidad. Sin embargo, la actitud de Jesús respecto a la mujer será criticada y le acusan, con mente pervertida, de aceptar y comer con pecadores y prostitutas. Sucio modo de mirar el amor limpio y sano.


De Tres años con Jesús. Enrique Cases. Ediciones internacionales universitarias.

viernes, 1 de marzo de 2013

El legado doctrinal de Benedicto XVI

Aceprensa.com, 15/II/2013 

A lo largo de su pontificado, Benedicto XVI ha dejado una serie de líneas maestras, enseñanzas y hasta expresiones que han calado en la vida de la Iglesia. Son ideas madre que han inspirado también decisiones concretas y que el Papa ha intentado inculcar a los católicos y también en sus relaciones con el mundo externo. Destacamos algunas de estas contribuciones. 

Fe y razón se reencuentran de un modo nuevo

La idea de que fe y razón se necesitan ha sido una de las más recurrentes en el magisterio de Benedicto XVI, de modo especial en su discurso en la Universidad de Ratisbona en 2006. Allí abogó por “ampliar nuestro concepto de razón y de su uso”, para evitar la ceguera de la razón ante los criterios que le dan sentido. “Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizontes en toda su amplitud”. A su vez, la fe necesita el diálogo con la razón moderna. 

También en el encuentro con el mundo de la cultura, en París, en el Colegio de los Bernardinos, en 2008, volvería sobre este tema: “Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves”. 

La dictadura del relativismo

En la homilía que pronunció en la Misa al comienzo del cónclave, como Cardenal Decano, apareció ya la expresión dictadura del relativismo, que posteriormente se haría célebre. 
 
“Cuántas doctrinas hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántos modos de pensar... (...) Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es constantemente etiquetado como fundamentalismo. Mientras el relativismo, es decir el dejarse llevar ‘de aquí hacia allá por cualquier viento de doctrina’ [Ef. 4, 14], aparece como la única aproximación a la altura de los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el yo y sus deseos”. 

“Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. ‘Adulta’ no es la fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es la fe profundamente radicada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo aquello que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre engaño y verdad”. 

Durante su pontificado, ha repetido muchas veces que el hombre es capaz de la verdad y debe buscarla. La verdad necesita criterios para ser verificada y debe ir unida a la tolerancia. Pero el peligro hoy día es que “en nombre de la tolerancia se elimine la tolerancia”. Por ejemplo, declaraba en el libro Luz del mundo, “cuando en nombre de la no discriminación se quiere obligar a la Iglesia católica a modificar su postura frente a la homosexualidad o a la ordenación de mujeres, quiere decir que ella no debe vivir más su propia identidad y que, en lugar de ello, se hace de una abstracta religión negativa un parámetro tiránico al que todo el mundo tiene que adherirse”. 

Vaticano II: “La hermenéutica de la reforma” 

 El modo de entender el Concilio Vaticano II ha sido uno de los temas cruciales de las tensiones en la Iglesia, y algunos han visto una disparidad entre un Ratzinger liberal” durante el Vaticano II y un Benedicto XVI conservador. El Papa quiso aclarar la “justa interpretación del Concilio”, su hermenéutica, en el discurso que dirigió a la Curia en su primer año de pontificado. 

Contrapuso allí la “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” y la “hermenéutica de la reforma”. La primera, “que con frecuencia se ha valido de la simpatía de los medios de comunicación, y también de una parte de la teología moderna”, “corre el riesgo de acabar en una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia postconciliar”. Según ella, “no habría que seguir los textos del Concilio, sino su espíritu”, ya que “los textos reflejarían sólo de manera imperfecta el verdadero espíritu del Concilio y su novedad, sería necesario ir audazmente más allá de los textos”. Para el Papa, esto “deja espacio a toda arbitrariedad”. 

En cambio, la hermenéutica de la reforma se basa en lo que proponía Juan XXIII al comienzo del Concilio: “Es necesario que esta doctrina cierta e inmutable, que debe ser respetada fielmente, se profundice y presente de manera que corresponda a las exigencias de nuestro tiempo”. Para Benedicto XVI, el Concilio buscaba esta “síntesis de fidelidad y de dinamismo”, de manera especial en tres ámbitos: definir de manera nueva la relación entre fe y ciencia moderna; entre la Iglesia y el Estado moderno; entre la fe cristiana y las religiones del mundo. 

El Concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y algunos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó e incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta discontinuidad aparente mantuvo e hizo más profunda su naturaleza íntima y su verdadera identidad. La Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica, en camino a través de los tiempos”. 

Nueva evangelización: “Redescubrir la alegría de creer” 

Ante las dificultades que encuentra la fe en una sociedad secularizada, Benedicto XVI ha lanzado una propuesta audaz de nueva evangelización, para lo cual ha creado un dicasterio especial en el Vaticano y ha convocado un Año de la Fe. “El término ‘nueva evangelización’ –dijo en el discurso dirigido a este organismo– recuerda la exigencia de una modalidad renovada de anuncio, sobre todo para aquellos que viven en un contexto, como el actual, donde los desarrollos de la secularización han dejado graves huellas incluso en países de tradición cristiana”

“La nueva evangelización deberá encargarse de encontrar los caminos para hacer más eficaz el anuncio de la salvación, sin el cual la existencia personal permanece contradictoria y privada de lo esencial. También para quien sigue vinculado a las raíces cristianas, pero vive la difícil relación con la modernidad, es importante hacer que comprenda que ser cristiano no es una especie de vestido que se lleva en privado o en ocasiones particulares, sino que se trata de algo vivo y totalizante, capaz de asumir todo lo que de bueno existe en la modernidad”. 

En el documento en que convocaba el Año de la Fe, Benedicto XVI hacía un llamamiento a favor de “una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”. 

Necesidad de conversión en la Iglesia 

Su amor a la Iglesia no le ha impedido reconocer los males que era necesario rectificar, como lo demostró su postura inflexible contra los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Tuvo que enfrentarse al estallido de los casos de pederastia, que en su mayor parte se remontaban varias décadas atrás. Benedicto XVI reconoció el dolor de las víctimas, se reunió con ellas en diversas ocasiones, pidió perdón y dio normas estrictas para sancionar y prevenir estos casos, sin ocultarlos. Su Carta a los católicos de Irlanda, en marzo de 2010, es una buena síntesis de su actitud. 

Frente a los que piden más reformas estructurales en la Iglesia, Benedicto XVI ha destacado siempre que ninguna reforma será eficaz en la Iglesia si no hay una conversión interior, a la que están llamados todos los fieles. Por eso, indicaba que la convocatoria de el Año de la Fe “es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor”. 

En la Misa del pasado Miércoles de Ceniza, ya anunciada su renuncia, ha vuelto a insistir: “También en nuestros días, muchos están listos para ‘rasgarse las vestiduras’ ante escándalos e injusticias –cometidas, naturalmente, por otros–, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre su propio ‘corazón’, sobre su propia conciencia y sobre sus propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta”. 

Dialogar con todos 

Aunque Benedicto XVI se ha mostrado siempre firme en su defensa de la fe, ha procurado limar asperezas y tender puentes dentro y fuera de la Iglesia. Movido por un afán de unidad, ha intentado atraer a quienes por un motivo u otro se habían apartado de Roma

Respondiendo a peticiones de sectores anglicanos, no ha tenido inconveniente en ofrecerles dentro de la Iglesia católica un Ordinariato en el que pueden conservar sus tradiciones litúrgicas. Ha intentado atraer a los lefebvrianos, permitiéndoles la liturgia anterior al Vaticano II y levantando la excomunión a los obispos consagrados ilícitamente, pero no ha logrado obtener una respuesta definitiva a su oferta de unidad. En la misma línea, ha intentado superar las divisiones entre “patrióticos” y clandestinos en la Iglesia china, levantando la excomunión a los obispos que reconocen el primado del Papa, aunque hayan sido nombrados por el gobierno. 

Hacia fuera de la Iglesia católica, ha seguido el empeño ecuménico y mejorado las relaciones con otras confesiones. Como botón de muestra, el arzobispo ortodoxo Hilarión, responsable de las relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú, ha dicho respecto a sus encuentros personales con el Papa: “Me asombró su actitud sosegada y reflexiva, su sensibilidad ante las cuestiones que planteábamos, su deseo de resolver juntos los problemas que surgen en nuestras relaciones”. 

También ha sabido dialogar con los no creyentes, invitándoles a hablar en encuentros como el de Asís o en la iniciativa del “Atrio de los gentiles”, algo que ha movido a decir a la escritora francesa Julia Kristeva: “Hemos comprendido que se ha terminado el tiempo de la sospecha” entre creyentes y no creyentes.