viernes, 1 de marzo de 2013

El legado doctrinal de Benedicto XVI

Aceprensa.com, 15/II/2013 

A lo largo de su pontificado, Benedicto XVI ha dejado una serie de líneas maestras, enseñanzas y hasta expresiones que han calado en la vida de la Iglesia. Son ideas madre que han inspirado también decisiones concretas y que el Papa ha intentado inculcar a los católicos y también en sus relaciones con el mundo externo. Destacamos algunas de estas contribuciones. 

Fe y razón se reencuentran de un modo nuevo

La idea de que fe y razón se necesitan ha sido una de las más recurrentes en el magisterio de Benedicto XVI, de modo especial en su discurso en la Universidad de Ratisbona en 2006. Allí abogó por “ampliar nuestro concepto de razón y de su uso”, para evitar la ceguera de la razón ante los criterios que le dan sentido. “Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizontes en toda su amplitud”. A su vez, la fe necesita el diálogo con la razón moderna. 

También en el encuentro con el mundo de la cultura, en París, en el Colegio de los Bernardinos, en 2008, volvería sobre este tema: “Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves”. 

La dictadura del relativismo

En la homilía que pronunció en la Misa al comienzo del cónclave, como Cardenal Decano, apareció ya la expresión dictadura del relativismo, que posteriormente se haría célebre. 
 
“Cuántas doctrinas hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántos modos de pensar... (...) Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es constantemente etiquetado como fundamentalismo. Mientras el relativismo, es decir el dejarse llevar ‘de aquí hacia allá por cualquier viento de doctrina’ [Ef. 4, 14], aparece como la única aproximación a la altura de los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el yo y sus deseos”. 

“Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. ‘Adulta’ no es la fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es la fe profundamente radicada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo aquello que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre engaño y verdad”. 

Durante su pontificado, ha repetido muchas veces que el hombre es capaz de la verdad y debe buscarla. La verdad necesita criterios para ser verificada y debe ir unida a la tolerancia. Pero el peligro hoy día es que “en nombre de la tolerancia se elimine la tolerancia”. Por ejemplo, declaraba en el libro Luz del mundo, “cuando en nombre de la no discriminación se quiere obligar a la Iglesia católica a modificar su postura frente a la homosexualidad o a la ordenación de mujeres, quiere decir que ella no debe vivir más su propia identidad y que, en lugar de ello, se hace de una abstracta religión negativa un parámetro tiránico al que todo el mundo tiene que adherirse”. 

Vaticano II: “La hermenéutica de la reforma” 

 El modo de entender el Concilio Vaticano II ha sido uno de los temas cruciales de las tensiones en la Iglesia, y algunos han visto una disparidad entre un Ratzinger liberal” durante el Vaticano II y un Benedicto XVI conservador. El Papa quiso aclarar la “justa interpretación del Concilio”, su hermenéutica, en el discurso que dirigió a la Curia en su primer año de pontificado. 

Contrapuso allí la “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” y la “hermenéutica de la reforma”. La primera, “que con frecuencia se ha valido de la simpatía de los medios de comunicación, y también de una parte de la teología moderna”, “corre el riesgo de acabar en una ruptura entre la Iglesia preconciliar y la Iglesia postconciliar”. Según ella, “no habría que seguir los textos del Concilio, sino su espíritu”, ya que “los textos reflejarían sólo de manera imperfecta el verdadero espíritu del Concilio y su novedad, sería necesario ir audazmente más allá de los textos”. Para el Papa, esto “deja espacio a toda arbitrariedad”. 

En cambio, la hermenéutica de la reforma se basa en lo que proponía Juan XXIII al comienzo del Concilio: “Es necesario que esta doctrina cierta e inmutable, que debe ser respetada fielmente, se profundice y presente de manera que corresponda a las exigencias de nuestro tiempo”. Para Benedicto XVI, el Concilio buscaba esta “síntesis de fidelidad y de dinamismo”, de manera especial en tres ámbitos: definir de manera nueva la relación entre fe y ciencia moderna; entre la Iglesia y el Estado moderno; entre la fe cristiana y las religiones del mundo. 

El Concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y algunos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó e incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta discontinuidad aparente mantuvo e hizo más profunda su naturaleza íntima y su verdadera identidad. La Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica, en camino a través de los tiempos”. 

Nueva evangelización: “Redescubrir la alegría de creer” 

Ante las dificultades que encuentra la fe en una sociedad secularizada, Benedicto XVI ha lanzado una propuesta audaz de nueva evangelización, para lo cual ha creado un dicasterio especial en el Vaticano y ha convocado un Año de la Fe. “El término ‘nueva evangelización’ –dijo en el discurso dirigido a este organismo– recuerda la exigencia de una modalidad renovada de anuncio, sobre todo para aquellos que viven en un contexto, como el actual, donde los desarrollos de la secularización han dejado graves huellas incluso en países de tradición cristiana”

“La nueva evangelización deberá encargarse de encontrar los caminos para hacer más eficaz el anuncio de la salvación, sin el cual la existencia personal permanece contradictoria y privada de lo esencial. También para quien sigue vinculado a las raíces cristianas, pero vive la difícil relación con la modernidad, es importante hacer que comprenda que ser cristiano no es una especie de vestido que se lleva en privado o en ocasiones particulares, sino que se trata de algo vivo y totalizante, capaz de asumir todo lo que de bueno existe en la modernidad”. 

En el documento en que convocaba el Año de la Fe, Benedicto XVI hacía un llamamiento a favor de “una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”. 

Necesidad de conversión en la Iglesia 

Su amor a la Iglesia no le ha impedido reconocer los males que era necesario rectificar, como lo demostró su postura inflexible contra los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Tuvo que enfrentarse al estallido de los casos de pederastia, que en su mayor parte se remontaban varias décadas atrás. Benedicto XVI reconoció el dolor de las víctimas, se reunió con ellas en diversas ocasiones, pidió perdón y dio normas estrictas para sancionar y prevenir estos casos, sin ocultarlos. Su Carta a los católicos de Irlanda, en marzo de 2010, es una buena síntesis de su actitud. 

Frente a los que piden más reformas estructurales en la Iglesia, Benedicto XVI ha destacado siempre que ninguna reforma será eficaz en la Iglesia si no hay una conversión interior, a la que están llamados todos los fieles. Por eso, indicaba que la convocatoria de el Año de la Fe “es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor”. 

En la Misa del pasado Miércoles de Ceniza, ya anunciada su renuncia, ha vuelto a insistir: “También en nuestros días, muchos están listos para ‘rasgarse las vestiduras’ ante escándalos e injusticias –cometidas, naturalmente, por otros–, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre su propio ‘corazón’, sobre su propia conciencia y sobre sus propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta”. 

Dialogar con todos 

Aunque Benedicto XVI se ha mostrado siempre firme en su defensa de la fe, ha procurado limar asperezas y tender puentes dentro y fuera de la Iglesia. Movido por un afán de unidad, ha intentado atraer a quienes por un motivo u otro se habían apartado de Roma

Respondiendo a peticiones de sectores anglicanos, no ha tenido inconveniente en ofrecerles dentro de la Iglesia católica un Ordinariato en el que pueden conservar sus tradiciones litúrgicas. Ha intentado atraer a los lefebvrianos, permitiéndoles la liturgia anterior al Vaticano II y levantando la excomunión a los obispos consagrados ilícitamente, pero no ha logrado obtener una respuesta definitiva a su oferta de unidad. En la misma línea, ha intentado superar las divisiones entre “patrióticos” y clandestinos en la Iglesia china, levantando la excomunión a los obispos que reconocen el primado del Papa, aunque hayan sido nombrados por el gobierno. 

Hacia fuera de la Iglesia católica, ha seguido el empeño ecuménico y mejorado las relaciones con otras confesiones. Como botón de muestra, el arzobispo ortodoxo Hilarión, responsable de las relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú, ha dicho respecto a sus encuentros personales con el Papa: “Me asombró su actitud sosegada y reflexiva, su sensibilidad ante las cuestiones que planteábamos, su deseo de resolver juntos los problemas que surgen en nuestras relaciones”. 

También ha sabido dialogar con los no creyentes, invitándoles a hablar en encuentros como el de Asís o en la iniciativa del “Atrio de los gentiles”, algo que ha movido a decir a la escritora francesa Julia Kristeva: “Hemos comprendido que se ha terminado el tiempo de la sospecha” entre creyentes y no creyentes.

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