domingo, 28 de septiembre de 2014

Gracias, perdón, ayúdame más

Por J. Beltrán en larazon.es 

Fue una jaculatoria muy utilizada por Álvaro del Portillo la que sirvió para estructurar el mensaje enviado por el Papa Francisco con motivo de su beatificación: «¡Gracias, perdón, ayúdame más!». 
«En estas palabras se expresa la tensión de una existencia centrada en Dios, de alguien que ha sido tocado por el Amor más grande y vive totalmente de ese amor», explicó en la carta dirigida al prelado del Opus Dei, Javier Echevarría

Beato Álvaro del Portillo

Leído antes de que comenzara la ceremonia, el Santo Padre puso de manifiesto cómo el nuevo beato aprendió de san Josemaría Escrivá de Balaguer «a enamorarse cada día más de Cristo. Sí, enamorarse de Cristo. Éste es el camino de la santidad que ha de recorrer todo cristiano»

Echando mano de uno de esos términos argentinos ya populares en su jerga papal, el Obispo de Roma recordó que «su amor siempre llega antes, nos toca y acaricia primero, nos primerea», un don que en la vida de Álvaro del Portillo se tradujo en «vivir una vida de humilde servicio a los demás. Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye».

Personas de 80 paises acudieron a la beatificación. Foto Páblo Pérez-Tomé

«Nunca una queja o crítica, ni siquiera en los momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, al comprensión, la caridad sincera», aplaude el Santo Padre en un documento en el que subrayaba su apertura a la misericorda divina, como "un amor capaz de regenerar nuestra vida. Un amor que no humilla, ni hunde en el abismo de la culpa, sino que nos abraza, nos levanta de nuestra postración y nos hace caminar con más determinación y alegría»
En este sentido, trajo al presente cómo el prelado del Opus Dei «dedicó muchas energías personales para animar a las personas que trataba a acercarse al sacramento de la confesión, sacramento de la alegría»

«En el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva a todos los corazones», puso en valor el Papa en relación a los proyectos de evangelización que capitaneó «sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios a los hermanos». Esta premisa le llevó a invitar a los participantes en la beatificación a «salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás». 

José Igancio Ureta portó la reliquia del Beato Álvaro del Portillo

Entre las tareas que el Papa encomienda a los fieles de la Prelatura del Opus Dei a partir de esta beatificación, destaca «no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio. Nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad».  
Su mirada a Álvaro del Portillo le lleva al Santo Padre a asegurar que «quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres»


jueves, 25 de septiembre de 2014

El sentido de una beatificación

Por  Ernesto Juliá Díaz.

Hace ya un buen número de siglos que la Iglesia Católica hace pública la vida cristiana fiel y profundamente vivida de muchos hijos y de muchas hijas suyas. La hace pública y la proclama a los cuatro vientos con las Beatificaciones y las Canonizaciones de esas personas.

Los Santos y las Santas, las Beatas y los Beatos, más que modelos de conducta, que también lo pueden ser en algunos casos y para algunas personas, son una manifestación clara de tres grandes Verdades que la Iglesia no deja jamás de proclamar. 


La primera: la presencia viva de Cristo en la vida de esos hombres y mujeres. El santo no es una persona que hace cosas maravillosas con sus fuerzas, con la dureza de su carácter, con su empeño a prueba de todas las dificultades. Es una persona que es consciente de que Cristo vive en él, por la recepción de los Sacramentos y la acción de la Gracia, y que él, siendo dócil a las luces de Cristo, anhela llegar a ser un buen instrumento en las manos de Dios para dar testimonio de la Verdad. Es la presencia de Cristo en el alma de los mártires; de los matrimonios fieles hasta la muerte, en las “alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad”; de los que dan su vida por los demás cuidando enfermos; de los que trabajan en las tareas cotidianas con espíritu de servicio, etc., etc. 



La segunda: que Cristo sigue vivo y actuando en la historia de los hombres, no sólo en la vida de esas personas. Ni los santos ni los beatos están aislados, y tampoco en medio de los desiertos. Su presencia, su testimonio está injertado en la corriente de vida y de civilización que vivimos todos los hombres. Y a todos alcanza.

En no pocas ocasiones, el Señor actúa directamente por cauces, y en momentos, que los hombres apenas vislumbramos y que jamás descubriremos del todo. La mayoría de las veces, sin embargo, Dios actúa en el curso de civilizaciones y de culturas por la presencia de una serie de personas a las que da la Gracia, y les mueve a actuar, porque son “mansos y humildes de corazón”, y dejan hacer a Dios.

¿Quién puede medir la influencia de la vida y escritos de santa Teresa, de san Juan de la Cruz, de san Bernardo, de san Juan Pablo II, de san Josemaría Escrivá, de santa Teresa Benedicta de la Cruz; de san Agustín; de la Beata Teresa de Calcuta; de los mártires coreanos; de los mártires sudvietnamitas; de los mártires romanos, españoles?

  

La tercera: la afirmación neta de la Vida Eterna. La Iglesia tiene la gran misión de caminar con todos los hombres, de todos los tiempos, de todas las civilizaciones, en sus avatares terrenos y abrirles los horizontes de la Vida Eterna. Toda la vida de la Iglesia es un anuncio constante de la Resurrección de Cristo, de la resurrección de la carne, de la resurrección de los muertos. No deja de recordarlo a todos los caminantes en este mundo, al hablarles del Cielo y del Infierno, animarles a seguir el camino con Jesucristo en la tierra, hasta el Cielo.

   

Los Santos, los Beatos son personas que han creído firmemente en estas tres grandes Verdades: Cristo, Hijo de Dios hecho hombre; Cristo presente en los Sacramento y Vida de cada fiel, de la Iglesia; y la Vida Eterna, viviendo ellos con Cristo en la tierra han anhelado seguir viviendo con Jesucristo Resucitado en el Cielo.

Álvaro del Portillo, que será beatificado el sábado 27 de septiembre, ha sido uno de estos hombres. Un hombre “manso y humilde de corazón” que ha servido toda su vida a Dios, en fidelidad a la Iglesia, en obediencia al Papa −a los cinco Papas que trató a lo largo de su vida: Pío XII, san Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, san Juan Pablo II. Y vivió si fidelidad a Jesucristo, a la Iglesia, siendo fiel al espíritu que Dios encargó a san Josemaría Escrivá para que lo anunciase −con ocasión y sin ella− en la Iglesia, en el Mundo: un mensaje de Paternidad divina; de filiación divina de todos los hombres, llamados a ser hijos de Dios en Cristo Jesús; de llamada universal a la “Varón fiel será alabado”, dice la Escritura. En la Beatificación, la Iglesia alaba a Álvaro del Portillo, un hijo fiel.


lunes, 15 de septiembre de 2014

La Esperanza de la Cruz

Palabras del Papa Francisco el 14 de septiembre, día de la Exaltación de la
Cristo de Javier, Navarra.
Santa Cruz
:

"Alguna persona no cristiana podría preguntarnos: ¿por qué ‘exaltar’ la cruz? Podemos responder que nosotros no exaltamos una cruz cualquiera, o todas las cruces. Exaltamos la Cruz de Jesús, porque en ella se ha revelado al máximo el amor de Dios por la humanidad”. 

Es esto lo que nos recuerda el Evangelio de Juan en la liturgia del día: ‘Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito’. El Padre ha ‘dado’ al Hijo para salvarnos, y esto ha comportado la muerte de Jesús, y la muerte en la cruz. ¿Por qué? ¿Por qué ha sido necesaria la Cruz?”. 

Francisco respondió que fue “a causa de la gravedad del mal que nos tenía esclavos. La Cruz de Jesús expresa ambas cosas: toda la fuerza negativa del mal, y toda la mansa omnipotencia de la misericordia de Dios”. 

Aurél Náray, (1883-1948): Jesús en la cruz.

La Cruz parece decretar el fracaso de Jesús, pero en realidad, marca su victoria. En el Calvario, los que se burlaban de Él le decían: ‘Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz’. Pero era verdad lo contrario: precisamente porque era el Hijo de Dios Jesús estaba allí, en la cruz, fiel hasta el fin al designio del amor del Padre”. 

Y precisamente por esto Dios ha ‘exaltado’ a Jesús, confiriéndole una realeza universal”. 

El Santo Padre señaló que “cuando dirigimos la mirada a la Cruz donde Jesús ha sido clavado contemplamos el signo del amor, del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación. De aquella Cruz brota la misericordia del Padre que abraza al mundo entero”. 

William-Adolphe Bouguereau.

Por medio de la Cruz de Cristo el maligno ha sido vencido, la muerte es derrotada, se nos ha dado la vida y se nos ha devuelto la esperanza. ¡Eh! Esto es importante. Por medio de la Cruz de Cristo se nos ha devuelto la esperanza”. 

“¡La Cruz de Jesús es nuestra única y verdadera esperanza! He aquí porqué la Iglesia ‘exalta’ la Santa Cruz, y he aquí porqué nosotros, los cristianos, bendecimos con el signo de la Cruz”. 

El Papa subrayó que “nosotros no exaltamos las cruces, sino ‘la’ Cruz gloriosa de Jesús, signo del amor inmenso de Dios. Signo de nuestra salvación, y camino hacia la Resurrección. Y ésta es nuestra esperanza”

Francesco Conti: Crucifixión, 1709.

El Santo Padre pidió además que “mientras contemplamos y celebramos la Santa Cruz, pensemos con conmoción en tantos hermanos y hermanas nuestros que son perseguidos y asesinados a causa de su fidelidad a Cristo. Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa no está aún garantizada o plenamente realizada”. 

“También sucede en países y ambientes que en principio tutelan la libertad y los derechos humanos, pero donde, concretamente, los creyentes y, de modo especial los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones”. Por eso, continuó el Papa, “hoy los recordamos y rezamos de modo especial por ellos”. 

Vicente López Portaña: Dolorosa, 1826.

“En el Calvario, a los pies de la cruz, estaba la Virgen María. Es la Virgen Dolorosa, que mañana celebraremos en la liturgia. A Ella encomiendo el presente y el futuro de la Iglesia, para que todos sepamos descubrir y acoger siempre el mensaje de amor y de salvación de la Cruz de Jesús”. 


lunes, 8 de septiembre de 2014

Por Ella, la LUZ

Juan de Borgoña: La Natividad de la Virgen, 1495. Sala Capitular de la Catedral de Toledo.

Si en brazos de Dios nacéis 
 ¿quien sois?, Niña soberana, 
que para casa tan pobre 
parecéis muy rica Infanta. 

Tres veces catorce dicen 
los deudos de vuestra casa, 
que son las generaciones 
de vuestra sangre preclara. 

Miguel Cabrera: Creación del alma de María.
 
La primera es de Profetas 
y divinos Patriarcas, 
desde Abraham a David, 
de quien seréis torre y arpa. 

De Reyes es la segunda, 
desde David a que salgan 
de Babilonia a Sión 
y vuelvan a honrar el arca. 

Desde este tiempo hasta el día 
en que Cristo de Vos nazca, 
otra que es de Sacerdotes, 
de quien Vos seréis la vara. 

Torre y arca y vara sois 
en tan ilustre prosapia, 
supuesto que para esposo 
un carpintero os señalan. 

Francisco Plá y Durán: Nacimiento de la Vigen, 1780.

Debe de ser que Dios quiere 
que hecha carne su Palabra, 
viva en casa donde vea 
labrar maderos y tablas. 

O porque si sois, Señora,  
arca en que el mundo se salva, 
como divino escultor 
os halle el hombre en su casa. 

Cielos y tierra se alegran 
 cuando nacéis, Virgen santa, 
por su Hija el Padre eterno, 
por quien se goza y se agrada. 

El Hijo, viendo a su Madre 
tan buena, que de llamarla, 
su madre, no se desprecie 
ni de entrar en sus entrañas. 

El Espíritu divino 
de ver la Esposa que ama, 
de suerte que ya comienza 
a cubrirla con sus alas. 

Annibale Carracci: Detalle de la coronación de la Virgen, 1595.

Los ángeles por su Reina, 
los cielos por su luz clara, 
el sol por su hermosa frente, 
y la luna por sus plantas. 

Los hombres por su remedio 
porque hasta vuestra mañana, 
no podía el sol salir, 
y en oscura noche estaban. 

Según esto vos nacéis 
para ser vara en las aguas, 
torre fuerte en los peligros, 
y en el diluvio arco y arca. 

Alessandro Turchi (1578-1649) El nacimiento de la Virgen.
 
Pues vengáis a vuestra aldea, 
María llena de gracia, 
muchas veces en buen hora, 
día que nacéis con tantas. 

Conoced vuestros pastores, 
que todos os dan las almas, 
mientras os da el cielo estrellas, 
para mantillas y fajas. 

Lope de Vega